Salvador Marín

Opinión

La mejor contraseña en un supermercado

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Normalmente, voy alsupermercado de mi barrio a comprar. Uso mi tarjeta de débito para pagar miscompras en el lector de la entidad bancaria del establecimiento, e introduzcomi número secreto que me sé de memoria en dicho aparato. Hasta aquí todo claropara una persona de 52 años en buena salud.

Ahora imagínese el lector que yo no tenga esa edad, sino que estoy jubilado. Que no veo ni oigo bien por los achaques de la edad. Dispongo de poca memoria, debido al deterioro de la salud que comienza a tener una persona mayor jubilada.

Añada que ese anciano o ancianamayor no está habituada a la tecnología. No es ignorante, pero su trabajo no leha permitido llevar el ritmo tecnológico actual.

Puede adivinar el lector que eslo pasa cuando esa persona mayor debe enfrentarse a una tarjeta bancaria queapenas puede leer, que debe hacerlo pasar por un aparato que no entiende y, enel peor de los casos, se le olvida el papel donde tiene apuntado el PIN porquesu memoria no le llega como cuando era joven y trabajaba.

El problema lo vi en elsupermercado mencionado. He visto como ancianos deben dejar su compra y avolver a su casa porque se les había olvidado el pin. Incluso necesitan ayudapara leer los diminutos números y letras de una tarjeta bancaria que, incluso alos que somos jóvenes, nos cuesta leer.

El problema está en el sistemade pago de las entidades bancarias no está dimensionado, ni por hardware, nipor software (la contraseña) para la gente mayor. No está pensado para la partemás gruesa de la pirámide de población, la parte más numerosa ahora mismo de lasociedad y que seguirá creciendo en un futuro muy cercano. A medio plazo,también.

Examinando, cuando salí de misupermercado, la publicidad de las entidades bancarias, me di cuenta de queestán diseñadas por gente que no ha pisado una residencia de ancianos ni, creo,un supermercado con su lector de tarjetas. No han tenido en cuenta que lastarjetas, con sus contraseñas, son a menudo inútiles para ellos.

La gente se sorprende cuando vetodavía cartillas. Pero hay solución a esteproblema: se llama reconocimiento facial. Es algo que ya aplicamos en China.También aquí en Europa.

¿De verdad es tan caro unsistema de reconocimiento facial como sustituto a las tarjetas bancarias en unestablecimiento? Si hacemos números podemos adivinar que, siendo una solamáquina plenamente amortizable frente a un gasto superfluo en plástico, papelde contrato y tiempo empleado en lectores y tarjetas de plástico, el reconocimientogana por goleada.

Además está la imagen delbanco, mermada por la falta de tacto y previsión hacia sus clientes de edad,cuando la publicidad vende que su banco trata bien a sus clientes. Se peca defalta de empatía.

La seguridad de un reconocimientofacial es la misma que la de un D.N.I. o pasaporte. No se atenta contra laprivacidad de las personas.

Yse agradecería que a una mujer mayor no deba dejar su compra por que se le haolvidado su PIN. Quién dice una entidad bancariatambién es cualquier establecimiento.

Aquí el lector dispone dediversos enlaces para comparar. Pero atención: nadie piensa en el pobre ancianoque debe dejar su compra a causa de haberse olvidado su PIN. La tecnología ylos negocios están bien, pero creo que si se piensa más en el cliente puedeestar mejor.

Se debe tener en cuenta a lagente menos favorecida. Si se hace, también favorece la imagen de la empresa.Sería más humana y vendería mejor.