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Sociedad

Crónica de un accidente y rescate de montaña en la sierra de Madrid

Un amante de la montaña nos cuenta su reciente experiencia un domingo cualquiera. Lo que iba a ser un paseo por el campo, algo exigente pero un paseo, estuvo a punto de costarle la vida.

Por Fernando Arias

15 minutos

Imagen del rescate realizado por el GERA, Grupo especial de rescate en altura.

Siete días después de haberlo vivido tengo que escribir lo que me ha pasado porque es una historia que a cualquiera podría interesar. Iba a decir que se trata de una historia “para recordar”, pero realmente ha sido tan intensa que no se me va a olvidar.

El domingo dos de julio decidí darme el capricho de ir dar un paseo por el monte de los que a mí me gustan, que es a lo más alto de la montaña. Normalmente esto no lo puedo hacer porque la gente con la que salgo al campo nunca quiere subir tan alto, no les gusta ir a sitios escarpados. Quieren que sea un recorrido sencillo y no muy largo, con lo cual siempre me quedo con las ganas de seguir ascendiendo.

Pero el domingo dos de julio decidí ascender. Así que cogí mi mochila y mis bártulos y partí solo con el único propósito de llegar hasta donde a mí me diese en gana. Conozco sitios preciosos donde incluso un domingo de julio está solitario. Sin domingueros de los que ponen reguetón a todo volumen en el campo como sucede en tantos rincones de la Pedriza o incluso un poco más allá. Mi lugar se llama El hueco de San Blas, un sitio al que hay que saber llegar. Hay que acercarse primero en coche, o mejor en un todo terreno, porque en esos bonitos caminos la amortiguación sufre bastante. Entonces se llega a un lugar junto a un río de cuento, donde tan solo uno o dos coches más de otros senderistas lo aparcan y ahí empieza lo mejor, con unos paisajes espectaculares, olores a campo mojado y sonidos de pura naturaleza.

Por alguna extraña razón, esta vez llevo la mochila preparada con un botiquín de primeros auxilios, un pito de socorro, el móvil cargado de batería y con la ubicación puesta como deberíamos hacer siempre. Tengo que reconocer que normalmente no voy tan precavido y lo más que suelo llevar es comida, botella de agua y calzado apropiado; y el teléfono móvil, unas veces sí, otras no, y con batería o no según me haya acordado. Tengo 57 años, conozco el lugar, jamás me he perdido porque me oriento fenomenal, y nunca he sufrido ningún percance reseñable. Hasta hace una semana.

Me puse la mochila al hombro y comencé el bonito camino forestal. Hacía la temperatura perfecta con alguna nube, la ladera de pinos se encargaba de rebajar el envite del sol. A los quince minutos, dejé el camino para seguir las laderas de un arroyo que ya sube un poco más empinado con algunos tramos que tienes que pensar si quieres pasar o no sin trepar. El caso es que yo iba encontrando paso, no sin esfuerzo, pero un paso transitable hasta llegar a unos riscos preciosos que arrojaban unas vistas maravillosas que no paré de fotografiar. Tardé poco más de una hora hasta que me senté a comer y luego seguí ascendiendo alrededor de treinta minutos más hasta lo alto, desde donde ya se podía ver Madrid. Tomé fotos a los nidos de los buitres, vi de cerca a las cabras montesas y algún que otra águila que tengo que averiguar si era culebrera, real o a saber. Y es que se ven tan poco que no las conozco bien.

Imagen de la zona.

Entonces, desde la altura, empecé a ver y escuchar los rayos y truenos de pequeñas tormentas esparcidas por distintos puntos, y decidí que era hora de ponerme a bajar. Al poco me tocó esperar un rato bajo el abrigo de una enorme roca por una lluvia pasajera que refrescó el ambiente y me deleitó con su fragor.

A partir de ahí empecé a descender con más cuidado porque las piedras estaban mojadas y me hicieron resbalar más de una vez. Seguí bajando, y en todo el recorrido que hice desde que dejé el camino no vi ni oí a nadie, ni cerca ni lejos.

Al bajar quise acercarme un poco más al agua del río en el lugar donde al subir había visto una poza. Ahí ya tuve que usar también las dos manos para ir bien apoyado entre las rocas. Pero a pesar del cuidado, y la consciencia de estar completamente solo, al pasar de una roca a otra el pie izquierdo se me resbaló al apoyar y,por respuesta refleja, la pierna derecha rápidamente se lanzó a buscar el apoyo con tal ímpetu y mala suerte que al chocar con la misma roca se me rompió. Pero no un poco. Noté claramente que la tibia y el peroné se me partieron del todo. Instintivamente me puse a gritar repetitivamente como un energúmeno:

- ¡Joder!!! ¡¡¡joder, joder!! ¡Aaahhh, estoy jodidooo!

Estuve sentado con la rodilla que mantenía la pierna en alto, pero con el pie retorcido mirando al suelo. El dolor era brutal y al moverme mucho más. Así que intenté colocar el pie para que no me retorciera las piernas en su lugar. Al moverlo con las manos vi cómo el extremo roto de la tibia se delataba bajo la piel en una imagen espeluznante que si se pusiera en internet correría  viral.

Mi único objetivo en ese momento era encontrar una posición de equilibrio para dejar de mover la pierna y dejar de sufrir esos pinchazos inhumanos. Y no era fácil porque no estaba en un sitio horizontal, las manos las tenía sujetando el pie colgante y solo con el culo y el otro pie me seguía moviendo por los nervios, la tensión y los pinchazos de dolor que me producían respingos.

Pasado un rato de suplicio, encontré una posición de semi-equilibrio que me permitió usar una mano para coger el teléfono móvil y marcar el 112. Con tan mala suerte de que en ese punto no tenía cobertura y me salió un mensaje de que no era posible establecer conexión. Y si ya me encontraba fatal, ahora era terriblemente peor. La frustración, el dolor y la impotencia me superaban y me empezaba a fallar la respiración, que se me aceleraba, me empezaron a dar sudores fríos, me entraron náuseas y me invadió el miedo de que iba a perder el conocimiento. Pero la naturaleza sabia del cuerpo humano hizo que de un repentino vómito expulsara todo lo que tenía en el estómago para centrar la energía en la supervivencia. Y eso me permitió recuperar la respiración, que desaparecieran las náuseas y el mareo.

Imagen de la zona.

Con la adrenalina trabajando para buscar soluciones volví a coger el teléfono para poner mensajes de lo que me estaba pasando, con la ubicación, a varias personas, por si el algún momento de suerte, aparecía alguna rayita que permitiera salir la información a mi gente. Lo que normalmente es fácil a mi resultó complicadísimo porque me había dejado las gafas en el coche, no podía ver lo que escribía y me faltaban manos para sujetarme el pie, mantener el equilibrio, sujetar el teléfono y marcar teclas. Pero sin estar seguro de haberlo hecho bien, puse de momento mensajes de audio y mi ubicación, a mi pareja, y a mi hermana, quien estaba en el pueblo cercano Miraflores de la Sierra. Y con la poca esperanza de que llegara a salir el mensaje desde allí guardé el teléfono en el bolsillo y volví con mi lucha. Me costaba pensar, no era capaz de recordar si quiera el nombre del lugar donde estaba. En los audios dije que quedaba en la hoya... y no sé qué más. Porque apenas podía hablar. De hecho, los primeros audios eran solo el ruido del río y mi respiración angustiosa.

Entonces me puse a pensar en mis opciones. Tenía que desplazarme en busca de cobertura por mucho que me doliera y, por otro lado, tendría que buscar la manera de entablillar la pierna como en las películas para dejar de sufrir los movimientos. Pero el dolor me superaba y me tuve que resignar a seguir allí porque el dolor me iba a hacer perder el conocimiento y eso podría ser peor.

Total, que me dediqué a encontrar la manera de inmovilizar el pie y conseguí colocarme en una roca con la pierna colgando, pero el pie retenido por unas ramas que evitaban el movimiento. A todo esto, intermitentemente, seguía haciendo nuevas llamadas por teléfono, y en una de ellas conseguí, gracias a Dios, conectar con el 112 que me empezaron a hacer las preguntas de rigor que yo interrumpí para decir rápidamente algo parecido a esto o quizá otra cosa porque estaba demasiado alterado:

- Soy Fernando Arias estoy en el campo solo y con la pierna partida en dos… Y la comunicación se cortó.

- ¡¡¡Joder!!! ¡¡¡Joder!!!!, gritaba y lloraba.

Marqué una y otra vez, y el teléfono me informaba de que no había conexión. Aun así lo seguí intentando con la moral hundida. De hecho, se me caen las lágrimas según escribo estas líneas, porque solo quien vive una situación así sabe lo que es.

“Joder, si no consigo comunicar mi ubicación quizá no salga vivo, porque no me encontrarán en varios días. Sería la siguiente noticia de sucesos de los próximos días”, pensaba en voz alta sin poder evitar que se me vinieran a la cabeza situaciones como la búsqueda de Blanca Fernández Ochoa o el submarino del Titanic.

Un rato después, afortunadamente me sorprendió una llamada del teléfono. Era mi hermana  Teresa. Lo cogí ilusionado y me preguntó “¡Fernan, por Dios!, ¿qué te ha pasado, dónde estás?” entre sollozos. Con la voz entrecortada le dije que tenía la pierna completamente rota e intenté recordar otra vez el nombre de dónde estaba y solo me salía la hoya... No sabía. Y se cortó la comunicación.

Me latía el corazón a cien por hora. Los sentimientos se dispararon a caballo entre la desesperación y la frustración, pero al menos con la esperanza de que le hubiera llegado el audio, y si habíamos podido hablar un poco, quería decir que ahora la cobertura llegaba de vez en cuando y, por lo tanto, le tendrá que llegar mi ubicación. Comprobé, alejando el teléfono para intentar afinar la vista, si era capaz de verificar que la ubicación estaba bien puesta. Y parecía que sí. Y volví a intentar sin éxito llamar a Teresa y al 112.

Calculo que pasó media hora más, cuando de repente oí un helicóptero que me devolvió la energía y me hizo pensar que quizá había llegado la ubicación y me lo había mandado ella. Y efectivamente pasó sobre mi situación un pequeño helicóptero de salvamento que me hizo gritar y llorar de emoción. Me puse a agitar los brazos al aire, con el consiguiente dolor de pierna, y como en las películas gritaba inútilmente ¡aquíííí!, aunque pasó de largo sin verme. Quiso la fatalidad que precisamente ese día me había puesto un pantalón que no era mío y que era de camuflaje. Y la camiseta blanca, la tenía guardada en la mochila por el calor.

Rápidamente me puse a pensar que me tenía que hacer visible. Había llovido, esa zona estaba verde por ser ladera norte y podría arriesgarme a encender con el mechero unos matojos que veía y que podía arrancar para hacer humo. Pero el mechero y el tabaco me los dejé en el coche.

Ahora perdía de vista el helicóptero, que se alejaba. Pero al menos pensaba que si estaban allí sería por mí, y tarde o temprano volvería a pasar. Así que esperanzado seguí pensando posibles opciones y caí en la cuenta de que llevaba una esterilla aislante de esas enrollables que se usan para tumbarse en el suelo y hacer ejercicio. Era de color amarillo chillón. La desenrollé pensando que debería estirarla sobre mi cabeza y utilizarla como un espejo para rebotar la luz del sol contra el helicóptero, Y de pronto oí que el helicóptero se volvía a acercar. La adrenalina y emoción me volvieron a invadir. Y le vi aparecer. Rápidamente la coloqué extendida por encima de mí y pronto vi que helicóptero cambiaba su rumbo para ir hacia mí.

He contado todo esto ya muchas veces y lloro cada vez que lo hago.

Cuando ya estab cercano a mi situación vi que un tipo me hizo, desde dentro con el portón abierto, gestos preciosos para indicarme que me habían localizado y que iban a aterrizar más abajo. En el lugar del arroyo donde estoy no se podía de ninguna manera.

Ilusionado, vi cómo aterrizaron doscientos metros más abajo y descendió un operativo del GERA (Grupo especial de rescate en altura) formado por cuatro o cinco personas con mochilas y mucho equipo. Y se dispusieron a subir la empinada ladera a mi encuentro. El primero que se acercó era médico, quien me dijo:

- Tranquilo ya estamos aquí, ¿cómo estás, qué te ha pasado? -No dejo de emocionarme según escribo esto.

Le respondí:

- Me he roto la tibia y el peroné y me duele muchísimo, sobre todo cuando lo muevo. Llevo la pierna colgando.

Lo miró y confirmó:

- Efectivamente tienes una rotura importante, pero no te preocupes que ya estamos aquí para ayudarte. Lo primero que voy a hacer es ponerte una vía para administrarte un calmante y mitigar el daño tan grande que te produce la rotura.

El hombre me hablaba transmitiendo mucha paz que agradecía en el alma, y a la vez estaba dando instrucciones a uno y otro para dirigir el rescate.

- Y te vamos a poner una férula para inmovilizarte la pierna y pie.

También me iban haciendo algunas preguntas protocolarias sobre mis datos, mis alergias y cosas así intercaladas con maravillosos mensajes de apoyo emocional. Como "te veo tranquilo y consciente, y eso es muy bueno porque lo normal es perder el conocimiento. Y les dije que yo soy una persona que me desmayo fácilmente, me mareo en barco, en coche y cualquier vehículo y que es probable que vomite”.

- Si tuvierais una bolsa para no ponerlo todo perdido os lo agradezco.

- Ah, muy buena observación, toma -y sacando una bolsa de basura me la ofrecieron para que la guardara en el bolsillo por si acaso.

- Te vamos a poner un arnés que sujetará tu cuerpo y unos enganches que te van a mantener la pierna y casi todo horizontal, para subirte al helicóptero que se acercará cuando yo le haga una señal. Va a estar esta persona colgada contigo para dirigirte y meterte en el helicóptero. Tú no tendrás que hacer nada más que dejarte llevar. Pones los brazos en cruz sobre el pecho y te dejas hacer. Que tu trabajo ya lo has hecho perfectamente haciéndote ver. Lo de la esterilla ha sido cojonudo porque te hemos visto enseguida. Teníamos la preocupación de que pudieras estar bajo los pinos, o inconsciente o que estuvieras poco visible, pero enseguida te hemos localizado -me informó.

Me colocaron el arnés, la férula (qué alivio del dolor) y me pidieron:

- Ponte estas gafas porque cuando se acerque el helicóptero armará revuelo y con ellas te protegerás los ojos de recibir arenilla u otras cosas.

Y haciendo la señal, el helicóptero se acercó. Ya sobre nosotros, levantaba hasta el agua del río, y empezó a soltar cable. El cable es muy pesado para que no se lo lleve el viento. Y uno de ellos con mucho tino lo cazó cuando estaba llegando. Tienen que tener cuidado de que el cable libre como un péndulo no nos atice a ninguno en la cabeza, porque me da la sensación de que si aquello te da se organiza otra gorda.

El caso es que lo agarró, pidió un poco más de cable y rápidamente enganchó todo: mi arnés, la férula, y los ganchos del socorrista que me acompañaría. Y tras la señal empezaron a subir el cable levantándonos del suelo y enseguida, sin haber subido hasta el helicóptero, este ya empezaba a subir al cielo de nuevo. Y yo: "uuuuuhhh" como una lanzadera de un parque de atracciones alucinando con la intrépida subida y con las vistas de pájaro espectaculares que ahora más relajado pude, en cierto modo, disfrutar.

Imagen de la zona.

Una vez en lo alto se apañaron el socorrista que subía conmigo y el que tiraba del cable para entre los dos meterme en la cabina. Primero la cabeza, luego el tronco y lo último, la pierna “enferulada”. Es tan pequeña la cabina que ya tocando mi cabeza con el lateral opuesto mi pierna dificultaba cerrar el portón. Tuvieron que girarme un poco para que entrara el que subía conmigo y cerrar el portón. Ya colocados antes de cerrar tuvo que desenganchar el cable. Este desenganche asusta un poco porque se hace con el portón abierto mientras yo permanecía colocado sobre una superficie plana de metal que ocupa toda la cabina excepto el asiento del piloto. La situación me hacía pensar que si el helicóptero se inclinaba un poco lo mismo me resbalaba al vacío. Supongo que ellos no lo piensan, pero uno, después de la experiencia, ya se pone en lo peor.

Por mucho que salí casa con la batería del móvil cargada, el botiquín y el pito de emergencia nunca se me ocurrió pensar que podría tener un accidente de esa categoría; la pierna rota de esa manera tan espeluznante. Parecía que me hubiera caído por un precipicio, que se hubiera desprendido una ladera de rocas sobre mi pie o que un toro me hubiese embestido. Pero fue una simple caída bajando un alto escalón de piedra.

Ya todos colocados en el helicóptero lo hicieron aterrizar de nuevo para recoger al médico, que para entonces estaba llegando al lugar donde aterrizó. Se subió y emprendemos el viaje. El hombre volvió a interesarse:

- ¿Cómo sigues, estás más tranquilo?

- Estoy fenomenal. Super tranquilo y me duele mucho menos. Muchísimas gracias, me habéis salvado.

- Es que tú nos lo has puesto muy fácil. Estabas muy tranquilo, has colaborado a tope. Y eres  un campeón -me animó, y me cogió fuerte la mano.

Cuando pasa una cosa así, y te dan esos mensajes de cariño y apoyo en vez de regañarte por haber hecho algo imprudente como yo hice, me colmaban de paz interior que tanto se   necesita en esos momentos. En esto que me sonó el teléfono porque ya en alto sí tenía cobertura. Era Teresa, quien había llegado en coche cerca del lugar y vio desde lejos que efectivamente el helicóptero descendía. Pensó que eso significaba que me habían encontrado.

- ¡Fernan, Fernan! ¿Cómo estás, estás bien?

- Sííí, Tere, estoy bien muy bien, me han rescatado y me llevan para el hospital.

- ¿Adónde? -preguntó

- A la Paz -contesté-, pero primero vamos Manzanares, donde me espera una ambulancia, y de ahí a la Paz.

- ¿Pero qué te ha pasado?

- Que me he caído de la manera más tonta, pero me he roto los dos huesos de la pierna y tenía el pie colgando. No me podía mover.

- ¡Ay por Dios! Te dolerá muchísimo.

- Antes sí, pero ahora con la férula que me han colocado ya me duele poco.

- Bueno, pues vamos para allá.

Esta conversación se hace con una congoja interna que nos dificultaba hablar.

Y así llegamos al helipuerto de Manzanares el Real. Allí estaba la ambulancia y también llegaron Teresa y Marcos, su marido. Cruzamos unas palabras mientras me subieron a la ambulancia y se llevaron mi mochila.

Me despedí del operativo al cual me faltan palabras para expresar el inmenso agradecimiento que siento, y cariñosamente me dijeron:

- Has sido un campeón. Ahora déjate cuidar.

Y partí para la Paz. Llegamos y ya comenzó el proceso habitual, pero sin esperas en admisión. Directamente por urgencias a ratos X.

Ahora sí cuando me iban quitando la férula y me movían para las placas, yo me quejaba con un "¡Ahhh, cuidado por favor!"

El caso es que según vieron el resultado confirmaron mis sospechas, pero con algún dato diferente: “Tienes la tibia rota en dos sitios”.

- No puede ser solo eso -Esperaba que me dijera también el peroné, pero no.

- Ah, y también el peroné -me confirmó.

- Claro, no podía ser de otra manera porque tenía el pie del revés.

- Seguro que el traumatólogo te manda una escayola para empezar y puede que más adelante te operen -me avanzó.

- En ese contexto cualquiera estaría muy preocupado. Yo, después de lo pasado, solo estaba dolorido, no me preocupaba lo más mínimo que me tuvieran que operar.

Tras escayolarme y hacerme varias pruebas más me llevaron a la sala de urgencias a reposar y a esperar una habitación para ingresarme, pero como no había camas estuve dos días en urgencias y ya el tercero me llevaron a operar. Me pusieron la epidural y me intervinieron para meterme una aguja por encima de la rodilla por todo el interior de la tibia hasta el tobillo y luego me pusieron dos clavos en horizontal. Otro día más de cuidados, ahora sin escayola; solo con una venda y, al día siguiente, me dejarían irme a casa a reposar en la cama “si hay alguien que te cure a diario y que te dé la medicación”. Así que me fui, y ahora estoy en la cama todo el día perfectamente cuidado por mi maravillosa pareja y solo me levanto para ir al baño. Esperando poco a poco que mejore y me llegue a mover sin tanto dolor.

Imagen tomada durante la hospitalización.

Ayer, hablando con mi cuñado Marcos, que iba con mi hermana al lugar del accidente, me contaba que lo primero que les llegó fue el audio de voz de whatsapp en el que solo decía que estaba con la pierna rota en medio del monte en un sitio al que me refería como la olla, y luego se cortaba el mensaje. Y como no tenían ni idea de dónde estaría eso buscaron en internet sin éxito, mientras ella llamaba al 112. Y cuando los de emergencia preguntaron que dónde estaba yo mi pobre hermana no tenía nada que decir, y se ponía histérica y les pedía:

- ¡Manden a quien corresponda a buscarle que está solo y no se puede mover!

- Sí, pero ¿a dónde? Si no me dice un lugar. -respondían con toda lógica.

A Marcos se le ocurrió poner en Google: hoya y Miraflores de la Sierra porque era donde ellos estaban y sabían que yo lo sabía. Por lo tanto, era muy razonable que si yo estaba por esa zona le pusiera el mensaje a ellos porque estaban cerca. Y lo que yo conocía como Hueco de San Blas  resulta que también se llama la Hoya de San Blas. Pero a mi cabeza me llegaba ese recuerdo como un nombre erróneo. Entonces ya tenían una pista de que podría estar en el Hueco de San Blas, que es un valle enorme de muchas hectáreas.

Como no les mandaban a nadie salieron en mi búsqueda con el Jeep que tienen sin saber realmente dónde buscar, y según iban les llegó el bendito whatsapp con mi ubicación precisa. Eso tranquilizó a Marcos y a Teresa le bajó el nivel de ansiedad. Llamó de nuevo a urgencias y les dio mis coordenadas concretas. Ahora sí, ya pudieron enviarme el operativo de rescate sin yo saberlo hasta que lo vi volando sobre mí.

Ha sido una aventura que me dejará marcado para siempre. Anteayer, por ejemplo, pasó casualmente un helicóptero por encima de mi casa y me puse a llorar de alegría porque me volvió de golpe el momento del avistamiento del rescate. He quedado marcado por la intensidad de las emociones vividas y que me han hecho ver, como tantas ves hemos escuchado a otras personas, que después de experiencias traumáticas se valoran las cosas buenas de la vida con mucha más intensidad. Empezando por el amor a mi familia y a toda la gente que tengo a mi alrededor, y que no han escatimado en apoyos y cariño. Y lejos de estar mustio por el dolor y la ardua recuperación que me espera, de momento estoy muy optimista dando gracias a mi hermana Teresa, que me salvó, a mi querido Jesús, que me cuida como a un rey y al resto de familiares y amigos a los que ya quería mucho pero ahora más si cabe.

Me compadezco de la gente que no ha tenido la suerte de sobrevivir en situaciones como esta y de los que, estando vivos y teniendo muchos recursos, no son capaces de valorar lo que tienen. Y me siento afortunado de tener la suerte de estar vivo y tener vida tan maravillosa que me ha tocado. Gracias por salvarme y darme una nueva oportunidad de seguir disfrutando de ella.

En Colmenar Viejo, a 8 de julio de 2023.