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Opinión

Marruecos intenta un “lavado de imagen” con Europa

Ex militar y experto en Seguridad.

En España, estos días Marruecos está de incómoda “moda” por doble motivo: por un lado, el infame asesinato de dos guardias civiles en Barbate por el narcotráfico y, por otro, por la presión de nuestros agricultores para parar la “no controlada” importación de productos agrícolas desde Marruecos, negocio del que el gran beneficiario es el mayor terrateniente marroquí, el rey Mohamed VI.

Pero con Francia ocurre exactamente lo mismo. La mayor parte de la droga que entra por el Estrecho (sea hachís, cocaína, etc.) acaba en el famoso 93 (departamento 93 Seine Saint Denis, París), distrito fuera de control del Estado francés y centro distribución de la droga en Francia y hacia Europa, al igual que sucede con la cocaína que llega (casi el 80% de la cocaína que se consume en el Continente) por los puertos de Rotterdam y Amberes, controlada por la "Mocro Maffia", una nueva organización criminal dirigida por neerlandeses de origen marroquí. Y no hablemos ya de los disturbios y movilizaciones de los agricultores franceses.

En resumen, aunque Marruecos siempre juega la baza de EE.UU. como su mayor aliado (Marruecos fue la primera nación en reconocer a los estadounidenses en 1777, apenas un año después de la declaración de independencia americana, y algunos años después los dos países negociaron un tratado de amistad que se mantiene en vigor), sus dos más cercanos amigos son España y Francia. Y ahora resulta que el estamento cercano al rey le ha aconsejado rebajar la tensión con estos “vecinos europeos” por interés de Marruecos y el suyo propio.

En el caso francés, y aunque la familia real marroquí pasa mucho tiempo en privado en Francia, las relaciones entre París y Rabat no pasan por su mejor momento. Marruecos no está contento con la política de acercamiento a Argelia del presidente Emmanuel Macron, ni con las continuas denuncias desde el Parlamento Europeo hacia Marruecos y que atribuyen a una campaña negativa contra ellos "orquestada" por el partido del máximo mandatario galo, y que llevó a puntos tan extremos como dudar de la sexualidad de Macron en la prensa oficial marroquí o de querer sustituir el francés por el inglés en los colegios.

En el caso francés, y como Macron tiene bien asumida la dignidad de representar a la República, se ha producido un acercamiento invitando a un almuerzo en el palacio del Elíseo a las hermanas del rey Mohamed VI, las princesas Lalla Meryem, Lalla Asma y Lalla Hasna. La Agencia Marroquí de Prensa ha informado de que, "por instrucción muy alta" del rey Mohamed VI, fueron sus hermanas las enviadas a París para la reunión que mantuvieron ayer.

Se ha tratado de una reunión informal que ha sido vista por los medios del país vecino como una manera de renovar simbólicamente sus lazos con Marruecos y en la que el propio Emmanuel Macron hizo acto de presencia durante el almuerzo para saludar a las princesas.

En el caso español, Pedro Sánchez acude a la llamada de Mohamed VI y Moncloa confirma la recepción real en Rabat. Es decir, Mohamed VI llama y el presidente del Gobierno español acude.

La recepción real se producirá un año después de la visita de este a la capital marroquí en el marco de la Reunión de Alto Nivel hispano-marroquí, marcada por el sonado plantón de Mohamed VI.

Y no se trata ya de política, ni de hablar de Pegasus, ni de nada parecido. Dentro del alto concepto que Sánchez tiene de sí mismo hay varias reglas que no debiera olvidar:

Primera, que los reyes son Jefes de Estado (en su concepto interno por derecho divino) y tratan de igual a quienes consideran sus iguales (Felipe VI) o a sus iguales temporales (Jefes de Estado republicanos como Macron con elecciones).

Segunda, en el caso concreto de Pedro Sánchez, y me llega directamente de fuentes muy bien cercanas al soberano alauí, odian esa costumbre que tiene de darte la mano (saludo protocolario) y, a continuación, un golpecito en el hombro. Para muchos de sus interlocutores, y en función de sus status, Sánchez no deja de ser el más alto empleado temporal del Estado español.