Tanto en el ámbito político como en el mediático, Estados Unidos denuncia las crecientes conexiones entre los cárteles de narcotraficantes de Latinoamérica y China. Estas relaciones se han intensificado en los últimos años, reflejando tanto el aumento de la influencia china en el comercio global como el agravamiento del problema del narcotráfico en la región, especialmente en lo que respecta a la producción y tráfico de precursores químicos.
Actualmente, China es el principal proveedor mundial de precursores químicos utilizados en la elaboración de drogas sintéticas, como el fentanilo y sus derivados. Muchos de estos compuestos se envían de manera clandestina a América Latina, sobre todo a México, que se ha convertido en un punto de tránsito clave para la fabricación y distribución de fentanilo, un opiáceo sintético extremadamente potente que la heroína. Los narcotraficantes latinoamericanos, particularmente mexicanos, han establecido vínculos con organizaciones chinas para obtener estos productos químicos y producir fentanilo a gran escala.
Las redes criminales utilizan métodos cada vez más sofisticados para sortear los controles aduaneros y enviar estos precursores químicos a Latinoamérica, donde posteriormente se utilizan en la fabricación de drogas.
China, en el marco de su expansión económica global, ha incrementado significativamente su presencia en América Latina en sectores como la minería, la infraestructura y el comercio. Si bien la mayoría de estas inversiones son legítimas, existen sospechas de que algunas de ellas podrían estar siendo utilizadas para blanquear dinero procedente de actividades ilícitas, incluyendo las vinculadas a cárteles de droga. Y es que las grandes inversiones chinas en Latinoamérica, especialmente en sectores como la minería, infraestructura y construcción, pueden ofrecer oportunidades para el lavado de capitales proveniente del narcotráfico.
Paralelamente, los cárteles latinoamericanos suelen recurrir a empresas legales como vía para introducir fondos ilícitos en el sistema financiero, y la expansión de China en la región ha abierto nuevas oportunidades para que llevar a cabo estas prácticas. Además, se teme que Pekín pueda estar aprovechando esta influencia económica para interferir en la política iberoamericana, hasta el punto de amenazar con convertir algunos países en verdaderos narcoestados.
Poco a poco, y de forma cada vez más evidente, China se ha consolidado como un actor relevante en el suministro de tecnología que es empleada por cárteles del narcotráfico, y que les resulta muy útil. Desde equipos de comunicación hasta dispositivos diseñados para facilitar el lavado de dinero, estos avances tecnológicos pueden servir a las redes criminales para mejorar su capacidad de operar en la sombra, eludir la vigilancia de las autoridades y optimizar sus comunicaciones.
Hasta ahora, el tráfico de precursores químicos y la distribución de fentanilo –una sustancia hasta 50 veces más fuerte que la heroína pura, y cuyo derivado, el carfentanilo, puede llegar a ser 100 veces más letal– parecía ser simplemente otra ficha en el tablero de la guerra híbrida que mantienen Estados Unidos y China. Una guerra en la que más de 100.000 muertes anuales por sobredosis en territorio estadounidense se han convertido en parte del conflicto geopolítico.
De exportador a consumidor: el giro chino en el narcotráfico
Sin embargo, ahora China también está comenzando a sufrir el impacto dañino del consumo de drogas, aunque bajo un estricto control estatal y una intensa represión. Tanto es así que hoy día el país cuenta con una de las políticas antidrogas más duras del mundo.
En los últimos años, se ha disparado el consumo de metanfetaminas (conocida como crystal meth o ice, la droga sintética más común), ketamina (popular en ambientes recreativos como clubes nocturnos), cannabis (muy limitado y fuertemente penalizado), y opioides sintéticos, aunque estos últimos en menor escala y más asociados al tráfico internacional que al consumo interno.
Sus consumidores son principalmente jóvenes urbanos, que acceden a estas sustancias en discotecas, locales de karaoke (KTV) y áreas turísticas. El problema se acentúa en provincias del sur como Yunnan, donde el consumo es mayor por su cercanía con el Triángulo Dorado –una de las zonas clave en el tráfico de heroína–, así como en regiones fronterizas con Afganistán –desde donde también llega el opio– y en puertos estratégicos como Guangzhou o Shenzhen, utilizados tanto para importar como para exportar drogas.
Aunque el nivel de consumo en China aún está lejos de los índices occidentales, el propio gobierno reporta un crecimiento sostenido en el consumo de drogas sintéticas durante las últimas décadas. E incluso "denuncia" una cierta colaboración occidental en esta tendencia, interpretada como un acto de venganza o represalia.
Para intentar frenar este crecimiento, el consumo de drogas está fuertemente estigmatizado y sometido a una vigilancia intensiva. Hasta el punto de implicar el uso de tecnologías como el reconocimiento facial y la monitorización digital para la identificación de los usuarios. La política de "cero tolerancia" se ha endurecido: la posesión de pequeñas cantidades puede acarrear largas penas de prisión, internamientos forzosos en centros de rehabilitación –que en realidad operan como campos de trabajo–, e incluso condenas a pena de muerte en casos de tráfico a gran escala.
Aun con estas medidas, China ha pasado de ser el principal proveedor de precursores químicos a convertirse también en un destino para las drogas producidas en América Latina. Aunque las rutas más conocidas son las que conectan América Latina con Estados Unidos, algunos cárteles han empezado a desviar sus operaciones hacia Asia, donde China representa un enclave estratégico debido a su creciente demanda interna a ciertas drogas y a la existencia de mercados paralelos.
Investigaciones de las propias autoridades chinas sugieren que las organizaciones criminales latinoamericanas, especialmente los cárteles de México, están comenzando a tejer redes de colaboración con grupos delictivos de otras partes del mundo, incluidos los de Asia, para ampliar su influencia y su capacidad operativa. Estas alianzas han dado lugar a rutas transcontinentales que hacen aún más compleja la lucha internacional contra el narcotráfico.
Tríadas, blanqueo de dinero y rutas invertidas
En un primer momento, la DEA denunció que el gobierno chino estaba utilizando a las tríadas –organizaciones criminales asentadas en Hong Kong, Macao, Taiwán y la China continental–para facilitar el envío de precursores opiáceos a los narcos mexicanos. Estas tríadas, se enfocaban tradicionalmente en extorsiones, apuestas ilegales y tráfico de personas, pero muchas de ellas han ampliado su campo de acción hacia el narcotráfico internacional. Dos de las más importantes, 14K y Sun Yee On, operan actualmente en Asia, Europa y América del Norte. Y existen evidencias crecientes de que redes chinas han colaborado con grupos como el Cártel de Sinaloa y el CJNG, especialmente en el suministro de precursores químicos, el blanqueo de capitales a través de empresas fachada y el uso de sistemas de banca informal como el hundi.
Inicialmente, su relación con cárteles latinoamericanos se centraba en el envío de precursores químicos como fentanilo, metanfetamina o MDMA (éxtasis) desde laboratorios ilegales en China o el Sudeste Asiático hacia México, utilizando principalmente los puertos de Manzanillo y Lázaro Cárdenas. Con el tiempo, las tríadas comenzaron a ofrecer también servicios de lavado de dinero mucho más rápidos y seguros que los canales bancarios tradicionales, utilizando redes de banca informal para mover grandes sumas sin dejar rastro.
Un ejemplo típico de este esquema es el siguiente:
- El cártel entrega efectivo a una célula china en México.
- Esta célula contacta a comerciantes chinos que necesitan dólares en EE.UU. para importar mercancía.
- El comerciante realiza el pago en China, y el dinero "limpio" acaba en cuentas controladas por el cártel.
Actualmente, las tríadas no solo venden precursores químicos: también intercambian drogas terminadas, como metanfetamina, por armas o servicios logísticos, consolidando un nuevo tipo de cooperación criminal internacional. Y las rutas tradicionales comienzan a reorientarse, ya que estas redes se han fortalecido tanto que ahora, y con una frecuencia cada vez mayor, transportan drogas hacia Asia y Oceanía, donde alcanzan un valor de mercado mucho más elevado.
Esta tendencia ha contribuido al creciente aumento del consumo en China, mientras que el relato audiovisual parece haberse invertido: en series y películas, los villanos ya no son solo los narcos, también agentes corruptos de la DEA y la CIA que colaboran con ellos. Ya sea desde Afganistán o el Triángulo de Oro (Myanmar, Laos, Tailandia), donde los grupos criminales chinos han sido clave en la construcción de laboratorios clandestinos, o en alianza con cárteles mexicanos, estas redes llegan a importar a China sus propios precursores ya transformados en drogas listas para el consumo.