En un contexto geopolítico cada vez más incierto, la Unión Europea se enfrenta a un desafío crucial: ¿cómo desarrollar una base industrial de defensa que garantice su seguridad sin depender en exceso de Estados Unidos? Este artículo se articula en torno a las claves del estudio "A Transatlantic Defense Industrial Base? Two Contrasting Views" ("¿Una base industrial de defensa transatlántica? Dos visiones contrapuestas"), elaborado por el Instituto Francés de Relaciones Internacionales (Ifri), que explora la tensión entre la necesidad de autonomía estratégica europea y la dependencia de la capacidad industrial y tecnológica estadounidense.
Los autores –Jonathan Caverley, Ethan Kapstein, Léo Péria-Peigné y Élie Tenenbaum– ofrecen dos visiones que chocan entre sí. Caverley y Kapstein sostienen que Europa debería aceptar el papel de "socio menor" dentro de la alianza transatlántica y reforzar sus capacidades defensivas aprovechando la superioridad tecnológica de EE.UU. Por el contrario, Péria-Peigné y Tenenbaum defienden la viabilidad de una industria de defensa europea más autónoma y competitiva, capaz de complementar y, en algunos casos, incluso sustituir la dependencia de Estados Unidos. Aun con sus diferencias, ambos análisis comparten un hilo conductor que pone de relieve las dificultades y oportunidades que enfrenta Europa para fortalecer su capacidad defensiva en un mundo en constante cambio.
Cómo la invasión rusa de Ucrania ha cambiado el paradigma de defensa europeo
A comienzos de 2022, Europa sintió el impacto directo de la guerra en sus fronteras. El inicio de la invasión rusa de Ucrania puso de manifiesto que "la vieja doctrina de defensa ya no sirve", señalan Caverley y Kapstein. Aquella mañana del 24 de febrero, gobiernos y ciudadanos comprendieron que, para resistir a un agresor decidido, no bastan compromisos diplomáticos ni compras puntuales de armamento: es necesario contar con una industria de defensa capaz de generar poder militar de forma rápida y masiva.
Esa toma de conciencia empujó a la Unión Europea a elevar su gasto de defensa hasta los 72.000 millones en 2023 y a proponer otros 50.000 millones anuales adicionales, según el Informe Draghi. No obstante, esta decisión abrió el debate sobre si Europa puede –o debe–construir esa capacidad por sí misma o cooperar estrechamente con EE.UU.
Alemania y Francia ilustran bien esa tensión. Alemania, con un gasto militar del 2,12% de su PIB, combina el uso de Eurofighter con F-35 ensamblados en su territorio, en busca de transferencias tecnológicas y acuerdos de coproducción. Francia, por su parte, destina 2,06% de su economía estatal al ámbito militar, y apuesta por el Rafale y proyectos propios como Scorpion o MGCS, aunque enfrenta restricciones fiscales que limitan su capacidad de producción en serie. Estas divergencias reflejan cómo, en ausencia de una evaluación común de la amenaza, las decisiones nacionales siguen fragmentando el mercado europeo. A esta complejidad se suma el caso de Polonia, que abordamos a continuación.
El ejemplo de Polonia ilustra dificultades europeas para producir sistemas avanzados
Polonia, fronteriza con la línea de fuego, ya destina el 4,1% de su PIB a defensa. Como indican Caverley y Kapstein, ha optado por adquirir aviones F-35 estadounidenses como una solución inmediata para poder hacer frente a la amenaza rusa. Paralelamente, instala líneas de producción local para misiles Patriot y trabaja para desarrollar su propia capacidad industrial.
Este enfoque, conocido como "relleno de brecha", permite a Polonia cubrir sus necesidades defensivas más urgentes sin descuidar la construcción de una industria nacional a largo plazo. Sin embargo, este modelo también deja al descubierto las limitaciones de Europa para producir ciertos sistemas avanzados de manera autónoma, lo que refuerza el argumento de los autores sobre la necesidad de colaborar estrechamente con Estados Unidos.
Frente a esa perspectiva se sitúan Péria-Peigné y Tenenbaum, quienes destacan que la industria de defensa europea ya cuenta con importantes logros tecnológicos que podrían servir de base para una mayor autonomía. Un ejemplo relevante es el misil Meteor, desarrollado por MBDA, considerado uno de los misiles aire-aire más avanzados del mundo y que, en algunos aspectos, supera a su competidor estadounidense, el AIM-120 AMRAAM. Este tipo de innovaciones demuestra que Europa tiene el potencial para liderar determinados nichos tecnológicos, siempre que se destinen los recursos necesarios a investigación y desarrollo. Además, la capacidad de empresas europeas como Thales para exportar tecnologías avanzadas –como el sonar CAPTAS-4, adquirido por la Armada de Estados Unidos–, pone en evidencia que Europa no solo puede cubrir vacíos tecnológicos, sino también competir en el mercado global de defensa.
La apuesta europea presente: desarrollar fábricas de artillería y misiles en Polonia
En la encrucijada entre "capacidad ahora" y "producción mañana", Europa importa actualmente el 78% de su armamento desde fuera de la UE –el 63% proviene de EE.UU.– por la imposibilidad de esperar. Corea del Sur e Israel han aprovechado ese vacío: Seúl vendió blindados y munición a Polonia, mientras que Tel Aviv firmó contratos armamentísticos por valor de 13.000 millones de dólares en 2023, de los que un tercio tuvieron como destino países europeos. Pero depender en exceso de las importaciones pone en riesgo la industria local, como advirtió Emmanuel Macron al alertar sobre una "dependencia de elementos esenciales de nuestra protección".
No obstante, la dependencia de Estados Unidos no se limita a la adquisición de tecnología. Como señalan Caverley y Kapstein, Europa también enfrenta desafíos estructurales para producir en masa determinados sistemas de armas. Un claro ejemplo es la producción de proyectiles de artillería de 155 mm ya que, a pesar de que en los últimos años ha logrado aumentarla, sigue sin alcanzar la capacidad de fabricación de Estados Unidos y continúa dependiendo en gran medida a importaciones externas para cubrir sus requerimientos más urgentes. Este escenario evidencia la necesidad de encontrar un equilibrio entre las inversiones en producción inmediata y las destinadas a la investigación y desarrollo de tecnologías futuras, un dilema clave que Europa debe resolver para garantizar su autonomía a largo plazo.
El reto de incrementar la inversión en I+D para fortalecer la autonomía en defensa
Ese afán por aumentar la capacidad de producción en masa compite con la necesidad de invertir en la innovación del mañana. Europa destina apenas un 18% de su gasto en defensa a I+D –menos de 10.000 millones de euros–, frente a los 144.000 millones de dólares que invierte EE.UU. El Informe Draghi ya advertía que, sin un refuerzo de la investigación, "Europa quedará atrapada en tecnologías de medio siglo atrás". El caso obús autopropulsado francés Caesar (acrónimo de 'CAmion Équipé d'un Système d'ARtillerie'), cuya producción se ha cuadriplicado, ilustra bien ese dilema: cada euro destinado a su fabricación es un euro que deja de invertirse en el desarrollo de su sucesor, el Scorpion, cuyo despliegue se prevé que se retrase hasta la década de 2040.
Otro aspecto crucial es el papel de la cooperación intraeuropea. Como indican Péria-Peigné y Tenenbaum, la fragmentación de la industria de defensa europea ha sido históricamente un obstáculo para alcanzar economías de escala y competir con Estados Unidos. Sin embargo, iniciativas recientes como el programa NAREW en Polonia –que involucra a la empresa franco-británica MBDA en la producción local de misiles antiaéreos– demuestran que la cooperación puede ser una herramienta poderosa para fortalecer la industria europea. Este tipo de colaboraciones no solo permite compartir costes y tecnología, sino que también fomenta una mayor integración entre los estados miembros de la UE y sus aliados europeos, como el Reino Unido, lo que representa un paso decisivo para construir una base industrial de defensa más cohesionada.
"Cuanta menos confianza haya en la caballería estadounidense, más caballos habrá que comprar"
Con la sombra que proyectan las claves diplomáticas del segundo mandato de Donald Trump sobre el Viejo Continente –que de momento fluctúan entre el desdén, el ninguneo y el utilitarismo más descarnado– gana fuerza la idea de que Europa debe aceptar un rol de "socio menor" y adquirir más armamento estadounidense para asegurar el paraguas de seguridad que proporciona Washington. "Cuanta menos confianza haya en la caballería estadounidense, más caballos habrá que comprar", ironizan Caverley y Kapstein. No obstante, advierten que Europa debería ir más allá de las simples compras y aprovechar el peso de su mercado para atraer "producción diplomática": codesarrollar y coproducir sistemas junto a firmas de EE.UU., garantizando así transferencia de tecnología y cadenas de montaje en suelo europeo, aunque ello implique ceder parte de su autonomía estratégica.
Frente a esa visión anglosajona, Péria-Peigné y Tenenbaum destacan que la industria europea ya exhibe focos de excelencia. El misil Meteor supera al AIM-120 AMRAAM, gracias a su propulsión ramjet; las fragatas FREMM que construye Fincantieri para la US Navy han llevado el sonar CAPTAS-4 de Thales al corazón del Pentágono; y submarinos Scorpene y Type 212CD compiten con éxito en el mercado global. Estos ejemplos demuestran que Europa no solo puede llenar vacíos, sino también liderar en nichos de alta tecnología si se financia adecuadamente la I+D y se consolida la cooperación en el marco de la UE.
De cualquier modo, el socio estadounidense también presenta sus propias fragilidades: persisten los retrasos en la producción de sistemas como el Patriot y el F-35, se prioriza a clientes internos y del Indo-Pacífico, y las restricciones del régimen ITAR, o Reglamento sobre Tráfico Internacional de Armas, limiten la autonomía operativa de sus aliados.
Durante la guerra en Ucrania, Washington llegó a imponer vetos sobre el uso de ciertos sistemas suministrados, lo que complicó operaciones críticas. Esa "dependencia condicionada" refuerza el argumento europeo que apuesta por diversificar proveedores –en Corea, Israel o Turquía– para mantener competencia, negociar offsets sólidos y asegurar suministros sin intromisiones políticas.
¿Dónde se encuentra la Agencia Europea de Defensa y cuál es su función?
La Agencia Europea de Defensa (AED) tiene su sede en Bruselas, Bélgica. Su misión principal es fomentar la cooperación entre los Estados miembros de la Unión Europea en materia de defensa, lo que implica facilitar proyectos conjuntos y promover la investigación y el desarrollo de capacidades militares.
La AED actúa como un foro para los Ministerios de Defensa europeos, armonizando requisitos operativos, impulsando la innovación tecnológica y reforzando la industria de defensa europea. Además, desempeña un papel clave en la aplicación de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) de la UE.
¿Quién dirige la AEP?
La AED está dirigida por la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, quien también ocupa una vicepresidencia en la Comisión Europea. Desde diciembre de 2024, el cargo lo ejerce la estonia Kaja Kallas. Su liderazgo se orienta a consolidar la industria europea de defensa, estrechar la cooperación entre los Estados miembros en este ámbito y promover la interoperabilidad entre sus fuerzas armadas.
¿Cuál es el ejército más fuerte de Europa?
Si se tiene en cuenta el tamaño y la capacidad tecnológica, el ejército más poderoso de Europa es el de Rusia, aunque su estatus como país europeo es objeto de debate por debido a su ubicación geográfica y a razones políticas. Rusia cuenta con más de un millón de efectivos activos, una reserva de dos millones y un arsenal formidable que incluye miles de tanques, aviones de combate y sistemas de defensa avanzados.
Excluyendo a Rusia, el Reino Unido lidera el ranking de las fuerzas armadas europeas, según el "Global Firepower Index 2025", gracias a su tecnología puntera, capacidad nuclear y un ejército profesional altamente entrenado. Francia, Alemania e Italia también destacan por sus capacidades militares, aunque en menor medida.
Francia sobresale por su capacidad nuclear, su industria armamentística avanzada y su influencia internacional, especialmente en África y Oriente Próximo. Alemania, a pesar de ser históricamente antimilitarista, ha incrementado su inversión en defensa y dispone de tecnologías de última generación. Italia, por su parte, mantiene una posición sólida gracias a su inversión sostenida y a su capacidad naval.
¿Quién toma las decisiones en la Unión Europea?
La toma de decisiones en la Unión Europea recae en tres instituciones clave: el Parlamento Europeo, que representa a los ciudadanos; el Consejo de la Unión Europea, que aglutina a los gobiernos de los Estados miembros; y la Comisión Europea, que actúa en defensa de los intereses generales de la UE. Estas tres instituciones trabajan de manera conjunta a través de procedimientos legislativos destinados a la aprobación de normativas y políticas que beneficien a los ciudadanos y empresas de la Unión.
Conclusión
El estudio del Ifri plantea que Europa se encuentra ante una decisión estratégica crucial: puede optar por reforzar su alianza con Estados Unidos, lo que garantiza acceso a tecnología y seguridad, pero incrementa su dependencia; o bien apostar por impulsar su autonomía estratégica, lo que fortalecería su industria de defensa, aunque exige fuertes inversiones y una mayor cooperación interna. La clave, según los autores, reside en encontrar un equilibrio que combine autonomía, capacidad industrial y una relación transatlántica sólida frente a un panorama geopolítico cada vez más incierto.