Dolores Rubio García.

Opinión

La dualidad de Francia frente al Islam

Profesora de Relaciones Internacionales de la UCM.

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La implantación del culto musulmán en Francia es relativamente reciente, aunque existe la idea de la presencia de una comunidad islámica ampliamente extendida en el tiempo. En el Hexágono, el Islam es la segunda religión del Estado por detrás del Catolicismo, y el número de musulmanes es el mayor de Europa. Sin embargo, existen serias dudas sobre una Umma auténtica. Los musulmanes franceses constituyen un grupo de población heterogéneo y mutable, que mantiene lazos muy estrechos con los países de origen, en especial con Marruecos, Argelia y Turquía.

La imagen de la comunidad musulmana francesa, que se deriva históricamente de una relación conflictiva entre el Occidente cristiano y el Oriente musulmán, no hace más que alimentar los prejuicios mutuos. La herencia colonial francesa, sobre todo en relación con Argelia, que asocia el Islam a la descolonización, se convierte en arma arrojadiza. La sedentarización progresiva de los inmigrantes musulmanes en Francia ha convertido al Islam en un vector de pertenencia, que encarna la expresión misma del ejercicio de la libertad de expresión. Y la ciudadanía francesa asiste perpleja a la emergencia de una identidad, a la vez francesa y musulmana, que distorsiona el discurso oficial del Estado, rechaza el mito del retorno y se pretende una comunidad plural pero afecta a los valores republicanos.

Un problema político bidimensional para Francia

Actualmente, Francia intenta resolver la cuestión del culto musulmán en un ambiente internacional donde el Islam se ha convertido en un problema político bidimensional para París. A nivel interno, el Estado gestiona asuntos globales, que encuentran eco en unas comunidades, a menudo, divididas por las rivalidades derivadas de los países de origen de la inmigración. En el exterior, Francia oscila entre la prudencia en la relación con los países del Norte de África y la intervención en Oriente Medio o el enfrentamiento con Turquía, poniendo de manifiesto la postura dual que el Hexágono siempre ha tenido frente al Islam: apertura en lo internacional y cierre doméstico frente a la población derivada de la inmigración.

Por Dolores Rubio García, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.