Miguel Angel García

Opinión

La pregunta que nos dirá si realmente queremos acabar con la Covid-19

Director de Escudo Digital

Guardar

Businessman looking at question mark on the road
Businessman looking at question mark on the road

Alemania y Dinamarca se plantean seguir los pasos de Reino Unido y retrasar la segunda dosis de la vacuna del COVID-19, una decisión que a priori tiene sentido, pero que abre muchas dudas que pueden originar un importante caos que retrase aún más la solución a este gravísimo problema.

La decisión adoptada por el Gobierno británico, y que al parecer van a secundar estos otros países, es parte de una estrategia con la que se pretende garantizar cuanto antes la protección del mayor número de personas, aunque dependan de la posterior recepción de nuevas cantidades para completar el proceso de inmunización de estos grupos prioritarios.

Esta misma estrategia es la que han puesto en marcha algunas comunidades autónomas españolas, que también han optado por destinar el 100% de las vacunas recibidas a la administración de la primera de las dos dosis en espera de la llegada, en próximas semanas, de al menos esa misma cantidad de unidades con las que aseguren la inmunidad de los inicialmente vacunados.

Sin embargo, vistos los importantes retrasos que por una suma de razones la vacunación está sufriendo en nuestro país, surgen dudas de si estas regiones (y países, por mucha fama de organizados que tengan) no habrán pecado de optimistas confiando la administración de la segunda dosis a su próxima recepción, sobre todo sabiendo como sabemos que, de no hacerlo, pueden dejar a todos aquellos que solo reciban la primera en el tiempo establecido sin la debida protección.

A priori esto no debería suceder, unos y otros deberíamos ser capaces de llevar al plano de la realidad nuestros planes de distribución, entrega y administración de vacunas, pero lo cierto es que el ritmo alcanzado en estos primeros días no es el mejor aliado de la confianza.

Y esta no es más que la punta del iceberg al que nos aproximamos. Porque si ya con la presente situación, con una vacuna en el mercado, tenemos dificultades para establecer una logística que asegure el suministro de las dosis, ¿hemos pensado qué pasará en próximas semanas, cuando la vacuna de Moderna, hoy mismo aprobada por la Agencia Europea del Medicamente, pero que tiene sus propias características (condiciones de mantenimiento, tiempos de administración de las dosis, nueva formulación), empiece a circular? ¿Y cuando llegue la de Oxford y AstraZeneca? ¿Seremos entonces capaces de distribuir tanta vacuna de forma que tengamos identificada qué segunda dosis se espera en cada punto? Porque como ha explicado la jefa del departamento de Inmunización de la Sanidad Pública británica, la doctora Mary Ramsay: "Si su primera dosis es la vacuna Pfizer no debe recibir la vacuna AstraZeneca para su segunda dosis, y viceversa".

Por eso, aunque inicialmente pudiera ser una buena estrategia la ampliación del número de personas vacunadas hasta la totalidad de dosis disponibles, y confiar la llegada de nuevas unidades para el segundo pinchazo, lo cierto es que los gobiernos que hayan optado por esta opción dependen mucho de que la distribución se realice exactamente como esperan. Así, a falta de una política de vacunación en España que unifique las distintas estrategias, cabe preguntarse si seremos capaces de suministrar el número de unidades que requieran cada cual para que completen sus respectivos procesos de vacunación, así como para que pongan en marcha las siguientes etapas. Es más, ¿acertaremos a enviarles exactamente el tipo de vacuna que han comenzado a administrar, pues, como dice la doctora Ramsay, tenemos que inyectar en ambas ocasiones el mismo producto?

El esfuerzo de logística y coordinación que tendremos que afrontar en los próximos meses nada tiene que envidiar al que en estos primeros diez han realizado los investigadores. Y es un reto para el que tenemos que decidir -y hacerlo muy rápido- si queremos ser parte del problema o de la solución (si Merkel y Putin, o sea, la Unión Europea y Rusia, están hablando de la posibilidad de producir conjuntamente la vacuna es porque todos los demás también debemos hacerlo); y si estamos dispuestos a delegar de una vez por todas en los expertos (médicos, investigadores, especialistas en logística y distribución) para evitar que acabemos colapsándonos.

Y dos preguntas más para concluir. Si se estima que la inmunidad de estas vacunas puede durar de siete a ocho meses (aún no hay datos concretos), se supone que para julio o agosto estos primeros grupos de población deberían recibir una dosis de refuerzo, o lo que las autoridades sanitarias establezcan. ¿Podremos tener vacunado para entonces al 70% de la población, como ha de suceder? Porque de no ser así se nos van a juntar los que queden pendientes, más allá del 30% inicialmente previsto, con los que deban empezar la segunda ronda (a no ser que para entonces se considere que la inmunidad es más duradera). Por eso es tan importante que cumplamos a rajatabla los plazos de vacunación establecidos, cosa que de momento no sucede, y que desistamos a lo que sea necesario por conseguirlo: festivos, vacaciones, dilemas ideológicos, vetos, etc.

En definitiva, ¿a qué seremos capaces de renunciar con tal de acabar con la Covid-19? De todas, quizá la respuesta a esta pregunta sea la que mejor nos muestre qué es lo que realmente queremos. Y tenemos que contestarla rápido.