Dolores Rubio García.

Opinión

Nagorno Karabaj: el polvorín ignorado del Cáucaso

Profesora de Relaciones Internacionales de la UCM.

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Nos vuelve a llegar el eco de la tragedia en el enclave secesionista de Nagorno Karabaj, en Transcaucasia. El territorio, que está poblado en su mayoría por armenios (95%), pertenece de iure a Azerbaiyán, pero lo controla de facto el régimen separatista de la República de Artsaj, la forma más antigua que denomina al Alto Karabaj, utilizada por los armenios de Armenia y la diáspora, y que designa a la décima provincia del antiguo Reino de Armenia.

A mediados de julio pasado, Armenia y Azerbaiyán se enfrentaron con motivo de Nagorno Krabaj, poco después de que Bakú amenazara con abandonar las conversaciones de paz, retomando la vía de la solución militar.

Desgraciadamente las controversias no son nuevas. Para entender la actualidad hay que remontarse al periodo inmediatamente posterior a la revolución bolchevique de 1917 cuando armenios y azeríes se disputan esa parte del Imperio ruso. Moscú decide, en 1921, que la zona forme parte de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, otorgándole dos años más tarde, en 1923, un estatuto de autonomía. La URSS desvela el objetivo que encierra su política demográfica al congelar el potencial estallido de un conflicto étnico: la creación de una identidad nueva, ideológica, que legitime el nacimiento de una estructura imperial, la de la Unión Soviética, que nace oficialmente como país en 1922.

Altos mandos militares de las Fuerzas Armadas de Azerbaiyán en una visita a un acuartelamiento.

A finales de la década de los ochenta del siglo XX, en que cae el muro de Berlín y se unifican las dos Alemanias, la Yugoslavia de la segunda posguerra desaparece y la Unión Soviética se desintegra lentamente pero de manera segura; un reguero de conflictos incendia esa parte de Europa poniendo fin a la Guerra Fría. En los albores de la Posbipolaridad, Nagorno Karabaj proclama su independencia, en 1991, con la connivencia de Armenia, que defiende el territorio con la armas (1992 y 1993), la oposición de la población azerí, el fracaso de la propuesta rusa sobre la concesión de una mayor autonomía para la región y sin que Naciones Unidas lo reconozca. Con su poderío militar, Azerbaiyán lanza la ofensiva, de la que Armenia sale victoriosa. 

La guerra del Alto Karabaj (1991-1994) se convierte enseguida en unconflicto que afecta al mismo corazón de la Rusia posbipolar, que percibe lageopolítica del mundo de acuerdo con la versión más ortodoxa de la realpolitikde la antigua URSS. Lo que parecía un enfrentamiento localizado, que se había iniciadoen 1988 como guerra no declarada en el seno de una Unión Soviética en crisis,con limpieza étnica incluida por ambas partes, y que, en 1993, ya había causadoveinte mil muertos y ochocientos mil refugiados en territorio azerí, alcanza eltriste honor de ser el conflicto más amenazante de todos los que se han dado enel antiguo territorio de la URSS tras su desintegración.

En un contexto en que Moscú sigue heredando del extinto Imperiosoviético la gestión de los problemas fronterizos que se derivan de su desaparición,el escenario caucásico, de por sí complejo, se complica sobremanera. A pesardel alto el fuego entre Armenia y Azerbaiyán, en 1994, lo cierto es que a Rusiale preocupa cualquier movimiento territorial que amenace su estabilidad, y, portanto, que los armenios controlen alrededor de una quinta parte (14%) delterritorio azerí, incluida la zona en conflicto. La creación del Grupo deMinsk, o lo que es lo mismo, la petición estructurada de ayuda que Rusia hace aEstados Unidos y a Francia para mediar, y la interlocución de los beligerantes enel seno de la OSCE, terminan irremediablemente internacionalizando el conflicto.Por su parte, Turquía se convierte una vez más en el corredorgeopolítico que siempre ha comunicado a Europa con el Cáucaso a través de los Balcanes y al Mar Negro con Oriente Próximo,haciendo Ánkara una diplomacia muy activa en la región.

La firma, en 2008, de una declaración para un arreglo pacífico dibuja elespectro de una guerra abierta al no lograrse ningún acuerdo práctico. LaGuerra de los Cuatro Días, de abril de 2016, que sacrifica el alto el fuego de1994 y que ocasiona unos dos centenares de muertos, muestra cómo los azeríeshacen uso del conflicto armado para desatascar las negociaciones diplomáticas. Superiormilitarmente, económicamente y demográficamente a Armenia, Azerbaiyán acabasuperando por la fuerza su desconfianza y resuelve el dilema de la seguridad.

A finales del septiembre último, se relanza el conflicto. Armenios yazeríes se acusan mutuamente de estar en el origen del primer ataque en la zonade Nagorno Karabaj. La Comunidad Internacional reacciona del tal suerte que Rusiay Francia reclaman el cese de las hostilidades y piden que se reanude eldiálogo a fin de alcanzar, junto con Estados Unidos y la Unión Europea, unasolución negociada y duradera, mientras que Turquía coherentemente apoya a losazeríes.

A pesar de los intentos de negociaciones durante treinta años y un altoel fuego que frena la parte más sangrienta de la guerra, se ha impuesto lalógica de la militarización. Territorios periféricos, el nacionalismo de losdos lados y la influencia de las grandes potencias sacan a la luz las razones que limitanel proceso de paz. A saber, se trata de una situación única porque, en el actorprincipal del conflicto, Nagorno Karabaj, no pertenece al proceso, lo que tornamuy difícil el diálogo. Asimismo, las raíces históricas de la región separatistatampoco ayudan. Para Bakú, como el territorio fue otomano, su control recaesobre él por derecho propio. Por su parte, Erevan enfatiza el carácter sagradode estas tierras porque, en el siglo XVIII, existía un Estado armenioindependiente. 

Finalmente, Rusia y Turquía están influyendo enormemente en el devenir de la zona. Armenia disfruta de alianzas económicas y militares con Moscú, que tiene una base militar en su territorio. Azerbaiyán compra un tercio de sus armas a Rusia mientras disfruta del apoyo de Turquía. Al tiempo que Rusia considera que puede mantener bajo control a Bakú y Erevan, Ánkara da por hecho el lazo que existe porque el Cáucaso es una antigua provincia otomana. Mantener un status quo es fundamental para ambas potencias. Sin embargo, el futuro sigue siendo incierto. Allí donde el Kremlin defiende el alto el fuego en la región, la posición azerí fluctúa por un cambio de dirección al jugar más la carta turca que la rusa.  Turquía no quiere la guerra, pero crea desorden para presionar a Rusia. Se trata, por tanto, de un ejemplo claro de demostración de fuerza de dos países que se oponen indirectamente para evitar que estalle la pólvora.

Por Dolores Rubio García, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.