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Inteligencia artificial

Cómo la IA nos puede ayudar a incrementar nuestra salud y capacidad de aprendizaje

Un experimento publicado en 'Science' documenta cómo un algoritmo puede imitar la capacidad de aprender de un niño. Además, el deep learning está mejorando la calidad de vida de las personas.

Periodista

9 minutos

Representación de un cerebro humano digital con luces generadas por ai.

"Nos encontramos en el umbral de un nuevo mundo hecho de valentía. Es un lugar emocionante para vivirlo, pero también precario para estar". Esta enigmática y seguramente lúcida sentencia pertenece a Sam Altman, un empresario y programador estadounidense conocido por su rol como presidente de OpenAI, la empresa matriz que ha alumbrado a ChatGPT. Altman pronunció estas palabras al aceptar la Beca Stephen Hawking 2023.

Si se explora la vertiente más positiva de esa afirmación, hoy día sabemos que cada aspecto de nuestra salud está profundamente ligado a cinco comportamientos diarios: el tiempo de sueño, la alimentación, el movimiento, el manejo del estrés y la conexión (con uno, con los demás y con nuestro entorno), como se detalla en este artículo de la revista Time. ¿Cómo puede la inteligencia artificial ayudarnos a robustecer esos procesos y conductas cotidianas? Existe un acuerdo generalizado en reconocer que la salud es aquello que nos sucede entre visita y visita al médico. Con buenas dosis de fortuna y hábitos saludables, esas visitas pueden estar espaciadas en el tiempo. Sin embargo, todo ser humano tiene sus límites. O quizá sería más correcto empezar a decir “tenía”. Estas fronteras del bienestar se están ampliando gracias a la capacidad de la IA para hacernos la existencia más grata.

¿Qué ejemplos de la IA ilustran esa capacidad de mejorarnos la vida?

La inteligencia artificial agiliza el diagnóstico médico mediante análisis de imágenes y datos, posibilitando así una detección temprana y precisa de enfermedades. Además, puede personalizar tratamientos médicos según las necesidades individuales de los pacientes, mejorando la eficacia y reduciendo los efectos secundarios. Por si fuera poco, la IA facilita la gestión de grandes volúmenes de información médica, lo que contribuye a una investigación más rápida y afinada para desarrollar nuevas terapias y medicamentos. 

¿En qué casos concretos se aprecian esas mejoras? Por ejemplo, los algoritmos de IA pueden analizar imágenes dermatoscópicas para identificar lesiones sospechosas con alta precisión, ayudando así a los dermatólogos a diagnosticar melanomas de manera temprana. Además, el deep learning o aprendizaje profundo está auspiciando terapias personalizadas en la diabetes: analiza los datos de glucosa y otros parámetros biomédicos de los pacientes para predecir y ajustar de manera personalizada las dosis de insulina, optimizando así el control glucémico y reduciendo de este modo el riesgo de complicaciones.

¿Cómo dimensionar el efecto de la IA para mejorar nuestra experiencia en salud?

Existe una pauta valiosa que nos ayuda a entender cómo la IA puede optimizar nuestra vida. La detallaron en su momento, en un artículo científico, el doctor Kevin Volpp, dDirector del Centro Penn para Incentivos de Salud y Economía del Comportamiento, y Alisa Camplin-Warner, doble medallista olímpica, en un ensayo que reflexionaba sobre cómo los atletas de élite pueden enseñarnos sobre comportamientos más saludables: "Los entrenadores tratan de descomponer los objetivos hasta un punto en el que los primeros niveles de logro del objetivo estén casi garantizados... Los psicólogos llaman a esto graduación de los estímulos de objetivo: la idea de que las personas trabajan mucho más duro para lograr objetivos que perciben como alcanzables". El caso es que existen miles y miles de micro-pasos de salud que las personas pueden construir, pero cada individuo es distinto, de manera que cada persona requiere, de manera singular y personalizada, del estímulo adecuado en el momento apropiado.

Con estas coordenadas, resulta estimulante imaginar el impacto que puede representar en un futuro a corto y medio plazo la mediación en nuestras vidas de un entrenador de IA hiper-personalizado, que nos ayude a adoptar hábitos diarios más saludables que transformarán el estado de nuestra salud, gracias a nuestros datos biométricos, de laboratorio y médicos. Esta suerte de preparador algorítmico ofrecerá una pauta de actuación sustentada en nuestras preferencias más personales: combinará alimentos que nos encantan y benefician desde el punto de vista de la salud. Se trata de una ecuación que incluye también nuestras formas favoritas de ejercicio, al tiempo que registra cómo y cuándo es más probable que caminemos, y nos alienta a movernos y estirar, entre otras facetas.

¿Puede la IA replicar el proceso de aprendizaje de un niño pequeño?

Una vez hemos atisbado las formidables posibilidades que abre un entrenador personal configurado con IA, cabe preguntarse hasta qué punto se puede incrementar la capacidad de aprendizaje de esos “compañeros de vida en forma de algoritmos que elevan nuestras prestaciones vitales”.

En ese sentido, resulta pertinente citar el experimento desarrollado por Wai Keen Vong, doctor en psicología y ciencia computacional, que ha coordinado un estudio que se publicó en el mes de febrero en la revista Science. El trabajo del doctor Vong y su equipo se ha centrado en la adquisición temprana del lenguaje. Con este objetivo, el equipo de Vong diseccionó 61 horas de la vida de Sam, un niño australiano que durante un año y medio -desde que tenía seis meses hasta que cumplió 2 años y un mes- portó un casco con una cámara que registraba las interacciones que tenía con sus padres y abuelos en el día a día. En realidad, grabó solamente el 1% del tiempo que pasó despierto durante la duración del experimento. El modelo de inteligencia artificial, llamado CVCL (Child’s View for Contrastive Learning, aprendizaje contrastivo desde la perspectiva del niño), ha sido entrenado con 64 categorías visuales (que incluyen utensilios, juguetes, animales, entre otras) y la transcripción de lo que Sam estaba escuchando mientras miraba a estos objetos.

Una vez creada esta base de datos, como se detalla en el diario El País, los investigadores han empezado a hacer pruebas para comprobar si la IA era capaz de identificar las imágenes. Según Vong, “encontramos que CVCL puede aprender a hacer conexiones entre imágenes y texto a partir de fragmentos limitados de la experiencia de un solo niño”. La precisión de clasificación del modelo fue del 61.6%. “Los resultados confirman nuestra hipótesis de que con solamente dos impulsos, que son lo que el niño ve y lo que oye, es posible alcanzar y acelerar este tipo de aprendizaje de la IA”, destaca Vong. Dicho de otra manera: con el entrenamiento adecuado, la IA puede incrementar exponencialmente su capacidad de aprendizaje, replicando los itinerarios de aprendizaje que empleamos cuando somos bebés y en la primera infancia.

La IA también está pulverizando las expectativas en su destreza para ser creativa. Esta constatación de que la IA está desarrollando capacidades de aprendizaje insospechadas hasta hace poco concuerda con las ideas innovadoras que está divulgando el profesor de la Universidad de Montana, Erik Guzik, quien en un artículo publicado en The Conversation en 2023 apuntaba el valioso crecimiento que está experimentando la inteligencia artificial en áreas que parecían privativas de la mente humana, como la creatividad.

Para el autor, la creatividad está íntimamente vinculada con el acto de combinar recursos existentes (ideas, materiales, conocimientos) de una manera nueva y útil. Hablamos de una dinámica de composición de nuevas realidades que científicos, matemáticos, artistas, escritores, músicos, poetas, cocineros, inventores, ingenieros y creadores y fundadores de todo signo han ejercitado con una amplia gama de posibilidades a lo largo de la historia. El experto apunta también a las enormes posibilidades de desarrollar el pensamiento convergente y divergente que ofrecen los algoritmos.

Cómo la IA maximiza el pensamiento convergente y divergente

El pensamiento divergente es la capacidad de generar múltiples ideas, soluciones o posibilidades a partir de un punto de partida, fomentando la creatividad y la originalidad. Fue acuñado por J.P. Guilford, psicólogo estadounidense, en la década de los 60. La IA puede ayudar en el pensamiento divergente al generar una amplia gama de respuestas o sugerencias creativas basadas en datos y patrones.

Por otro lado, el pensamiento convergente se centra en encontrar la mejor solución o respuesta única a un problema específico, empleando el razonamiento lógico y la evaluación crítica. También es conocido como "pensamiento lógico o analítico". La IA puede ayudar en el pensamiento convergente al analizar grandes cantidades de información, identificar patrones y ofrecer soluciones óptimas o recomendaciones basadas en datos. Al potenciar tanto el pensamiento divergente como el convergente, la IA proporciona nuevas perspectivas y optimiza procesos cognitivos.

Ahora el reto es saber cómo se pueden armonizar las capacidades humanas y las de la IA que ha generado. Un buen punto de equilibrio lo da el El doctor Carlos Gershenson, investigador del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas (IIMAS) de la UNAM, habla sobre esas máquinas creadas con características semejantes a las nuestras. Gershenson clasifica la inteligencia artificial en diferentes categorías: software, hardware (robots), representación simbólica del conocimiento, modelos conexionistas y aplicaciones específicas. En cualquier caso, sintetiza este experto “cuando queremos forzar a la IA a que sea igual a los humanos, los resultados son mucho más pobres que cuando queremos que las máquinas simplemente hagan alguna tarea”.

En esa línea, recientemente, Elon Musk anunció un nuevo paso en su camino hacia el iPhone cerebral. Su empresa, Neuralink, ha realizado el implante de un chip en la materia gris de un paciente. Se trata de un hombre completamente inmovilizado por la ELA, que nunca había hablado con su hijo de cuatro años, y que gracias al implante que le insertaron pudo proponerle ver juntos una película gracias a esta neurotecnología. De cualquier modo, la trayectoria de cualquier tecnología emergente suele decantarse hacia el dinero. Un dato ilustra esta tendencia: de las 30 mayores empresas de neurotecnología del mundo, todas menos una optan por compartir los datos de nuestros cerebros con otras empresas.

Precisamente por eso, neurocientíficos como Rafael Yuste, de la Universidad de Columbia, viene años impulsando la promulgación de los neuroderechos: porque sabe que con implantes como los de Musk se puede, ya hoy, leer pensamientos, modificar conductas, alterar la percepción. Tenemos una responsabilidad histórica. Estamos en un momento en que podemos decidir qué tipo de humanidad queremos”. En suma. dependemos del lenguaje, del fuego, de la electricidad y, cada vez más, de las computadoras, “de todos sus tipos y sabores”. Esta dependencia va a aumentar, “pero de manera similar, dependen de nosotros y no tienen el propósito de hacer alguna otra cosa que no sea para la cual las construimos”.

Llegará un tiempo en el que la práctica totalidad de las próximas generaciones serán cyborgs: organismos cibernéticos que combinan elementos biológicos y tecnológicos.

 

En resumen, la IA puede ayudarnos a ser más humanos al liberarnos de tareas mundanas y repetitivas, permitiéndonos enfocarnos en actividades que requieren empatía y conexión interpersonal. Por ejemplo, delegar la gestión de nuestras agendas a un asistente virtual nos permite dedicar más tiempo a cuidar de nuestras relaciones y responder de manera más reflexiva a las necesidades de los demás. Además, la IA puede facilitar la colaboración al actuar como un puente entre personas con diferentes habilidades y perspectivas. Los asistentes virtuales pueden coordinar equipos distribuidos en diferentes zonas horarias, facilitando la comunicación y la colaboración en proyectos internacionales. Esto promueve la diversidad de ideas y enfoques, enriqueciendo el proceso creativo y la resolución de problemas. En el ámbito de la salud mental, la IA tiene el potencial de ofrecer un apoyo terapéutico incalculable. Los asistentes virtuales y los robots pueden proporcionar compañía y asistencia emocional a personas que sufren de depresión, ansiedad u otras condiciones mentales. Al ofrecer recordatorios amables, sugerencias para el autocuidado y escuchar de manera empática, estas tecnologías pueden complementar los tratamientos tradicionales y ayudar a reducir el estigma asociado con las enfermedades mentales.

También está la vertiente en la que la IA se integra en nuestro organismo para ampliar nuestra cantidad y calidad de vida. Llegará un tiempo en el que la práctica totalidad de las próximas generaciones serán cyborgs: organismos cibernéticos que combinan elementos biológicos y tecnológicos. La inteligencia artificial puede convertir a los humanos en cyborgs al integrar tecnologías como implantes cerebrales para mejorar funciones cognitivas o prótesis biónicas para restaurar capacidades físicas. Por ejemplo, un implante cerebral que optimice la liberación de neurotransmisores podría mejorar el estado de ánimo y la salud mental de una persona. Del mismo modo, una prótesis robótica avanzada podría restaurar la movilidad perdida, aumentando así la felicidad y la calidad de vida del individuo.

Son escenarios estimulantes, aunque habrá que programar y legislar mucho y bien, en una dirección coherente. Ideas no faltan. Como señala la emprendedora Yolanda Hernández, “la IA se rige por los parámetros y objetivos definidos por sus desarrolladores y usuarios, no por motivaciones personales o subjetivas, ya que carece de un yo consciente. El humanismo digital pone énfasis en que la tecnología debe servir para mejorar la calidad de vida humana y no al revés. En este contexto, cualquier intento de desarrollar IA con características similares a la conciencia debería tener como objetivo final beneficiar a la sociedad, mejorar las interacciones humanas y resolver problemas reales sin comprometer la ética y la moral”.