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Clubhouse, cómo las historias de los juglares digitales han seducido a los grandes inversores

Miguel Angel García

Director de Escudo Digital

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A posteriori todo parece muy natural, el siguiente eslabón de la cadena y, sin embargo, solo unos pocos elegidos son capaces de dar un nuevo salto en el misterioso universo de las redes sociales, un paso que realmente suponga un antes y un después. En la cuneta, en los diecisiete años que han pasado desde la creación de Facebook, se agolpan los intentos fallidos o que avanzan a trompicones.

Fue en febrero de 2004 cuando Facebook cambió las reglas del juego de nuestras relaciones sociales, y lo hizo creando un revolucionario canal digital que en lo sucesivo nos permitiría compartir, aparentemente de forma gratuita, con nuestros contactos nuestros pensamientos, información, emociones…; es decir, todo aquello que deseáramos expresar fundamentalmente por medio de la palabra. Tras este nuevo concepto creado por un joven de apenas 20 años, Mark Zuckerberg, llegaron redes similares, algunas tan exitosas como Twitter, en 2006, que seguían basándose fundamentalmente en la palabra, y otras como YouTube (2005), con la que tres antiguos empleados de PayPal introdujeron el video al ámbito social.

Obviamente hubo -y sigue habiendo- otras como Linkedin que, sobre la misma base, siguen un exitoso camino en nuestros días, si bien el siguiente paso evolutivo de dimensión mundial lo dieron en 2010 en San Francisco Kevin Systrom y Mike Krieger, dos brillantes informáticos y amantes de la fotografía que entendieron que las imágenes podían ser la base de una nueva propuesta. Y así nació Instagram, una nueva red de conexión de relaciones que, a diferencia de sus predecesoras, apostó por el lenguaje visual como principal forma de comunicación entre los usuarios.

Y cuando parecía que todo estaba inventado, o que las distintas propuestas sociales debían constreñirse a usar como materia prima la palabra escrita, la imagen (fija o en movimiento) o ambas, a principios de 2020 otros dos emprendedores, Paul Davison y Rohan Seth, consiguieron, con su nueva propuesta social a la que llamaron Clubhouse, introducir un nuevo código de comunicación que, al cabo de solo un año, está mostrando que puede suponer un nuevo hito en la historia de los social media. Porque Clubhouse también emplea como lenguaje la palabra, pero a diferencia de Facebook, Twitter o Linkedin, se trata de la palabra hablada en directo, sin posibilidad de que esta pueda ser escuchada de nuevo, ni grabada.

Es la misma palabra hablada que se emplean, con tremendo éxito, en los podcasts, pero embuchada en el canuto social; es decir, que ofrece la posibilidad de réplica, de rebatir, una bidireccionalidad que, en el ámbito del audio, hasta ahora no se había presentado con tanta fuerza. Porque Clubhouse, vista ahora, a posteriori, que es como se ven bien las cosas, no ofrece nada más que eso: una red social que no te exige estar con la vista clavada en la pantalla, sino usarla mientras te dedicas a otras actividades, y que tras haber elegido inicialmente tus gustos, te da acceso a millones de posibles conversaciones afines a tus gustos a las que te puedes sumar tras comprobar quiénes son los conferenciantes, el número de personas que escuchan la charla, y en las que también tienes permitido participar con permiso del moderador.

Así de sencillo: tras el triunfo de la palabra escrita, el posterior de la imagen, llega ahora el de la palabra hablada como ingrediente único de una red social en la que ni se pueden escribir mensajes ni introducir imágenes; una propuesta que revisa y actualiza el misterioso mundo medieval de los juglares, quienes iban de pueblo en pueblo divirtiendo a la gente con sus ocurrencias.

No vamos a repetir en este texto todas las virtudes de esta nueva red social que, de momento, solo está disponible en IOS y a la que solo se puede acceder, tras la descarga de la aplicación, por invitación de uno de los miembros (ambas cosas irán cambiando poco a poco, a medida que la red vaya siendo capaz de asimilar su éxito sin saltar por los aires). Pero lo cierto es que en un solo año de vida ha conseguido concitar la atención de los grandes players del ámbito social (Zuckerberg es un habitual en sus foros), y tal es así que después de una ronda de financiación de 100 millones de dólares liderada por Andreessen Horowitz en enero, se la ha valorado en 1 billón de dólares, ya no hay inversor en Silicon Valley que no quiera ser parte del nuevo negocio, como tampoco gran marca que no vea una gran oportunidad de destacar las virtudes de sus productos o servicios de viva voz ante unos usuarios perfectamente segmentados.

Toda la industria ha girado la cabeza hacia Clubhouse. Y más en los últimos días, en los que por sus salas han pasado personalidades como Elon Musk, quien conversó con Vlad Tenev, el consejero delegado de RobinHood; el actor Ashton Kutcher, o los músicos Jared Leto y Drake, al tiempo que medios como TechCrunch y The New York Times destacaban en sus páginas a esta nueva red social que ni es de pago ni cuenta con publicidad, y que, por si fuera poco, próximamente tiene previsto pagar a los conferenciantes y tertulianos especializados que impartan las charlas (¿El modelo de negocio? Eso no cambia: tus datos).

Y si a estos hechos sumamos que Facebook y Twitter han corrido como desesperados para sacar sus respectivos clones (CatchUp y Spaces) y que las autoridades chinas han censurado Clubhouse tras varias semanas en la que los usuarios orientales pudieron debatir en sus patios de vecinos sin censura, es que ya pisas terreno firme en el olimpo de los nuevos dioses digitales.

https://twitter.com/elonmusk/status/1359589782402326528?s=20

Todavía es demasiado pronto, y falta perspectiva a pesar de lo rápido que avanzan las cosas en el mundo digital. Pero en pocas semanas veremos qué sucede con el fenómeno Clubhouse; si es capaz de ofrecer universalmente sus servicios, si sigue su propio camino o si deja que uno de los líderes de la manada le eche el brazo por encima del hombro, o si, como también ha sucedido en muchos casos, se desinfla con la misma rapidez que ha llegado a lo más alto. A priori, por la materia prima sobre la que se asienta invita a pensar que tiene opciones de escribir una nueva línea en la aún breve historia de los social media.

¿Y qué será lo siguiente?

El siguiente salto evolutivo lo dará quien sepa "enlatar" otra forma de comunicación que despierte el suficiente interés entre los usuarios del ámbito social. Para ello, vistos los ingredientes que hasta ahora se han utilizado, lo primero que cabe preguntarse es cuáles faltan por explotar. Quizá, por decir algo, los avances que próximamente lleguen de la mano de la realidad aumentada o la realidad virtual nos abran la puerta de entrada a una nueva red inmersiva que integre varios códigos de lenguaje y una experiencia tridimensional desconocida hasta ahora. Quién sabe. Nos lo irán diciendo más pronto que tarde otros jóvenes druidas digitales que posiblemente en este momento ya estén metiendo en su marmita la fórmula de una poción mágica que, como la de Panoramix, nos dé a toda la aldea social una fuerza sobrenatural que nos haga invencibles.