Bethlem Boronat

Opinión

Elecciones francesas: El delicado equilibrio de una abstención

Doctora en Periodismo (Comunicación Política) y profesora en EAE Business School.

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Elecciones francesas
Elecciones francesas

La primera vuelta de las elecciones francesas de este domingo va a servir de medida para intentar entender cuál es el estado de ánimo político de la ciudadanía de la Europa Occidental tras años de situaciones generadoras de estrés social como la pandemia, algunas manifestaciones de descontento surgidas o no del COVID o el impacto de la actual situación en Ucrania.

La sociedad francesa ha sido siempre una sociedad interesada en la política. Con más o menos intensidad, la presencia de información política, incluso en los magazines televisivos ligeros, es habitual y los datos de audiencia de los debates o de algunas entrevistas políticas no tienen (o no tenían) mucho que envidiar a los resultados de algunos programas más que populares, talent shows incluidos. Francia es ese país donde la gente consume cómicos cuyas historias son de contenido político, donde los libros escritos por presidentes, candidatos y otros sujetos del juego democrático se venden por miles. Y en cambio, en estas presidenciales, Francia es el ejemplo del desencanto y el desencuentro de la ciudadanía con su clase dirigente y con sus instituciones.

No es algo nuevo. Ya en 2017 la victoria de Emmanuel Macron fue posible, en parte, por ese desencanto. Los partidos clásicos ya no contaban con el apoyo de antaño, sumidos en suspicacias, corrupciones y asuntos públicos más o menos públicos o más o menos vergonzantes (como las escapas del infiel Holland a comprar croissants en la moto para su amante a lomos de la moto de sus guardaespaldas). En ese punto Macron, un personaje relativamente nuevo, joven y con un mensaje de esperanza de cambio apoyado en una ideología de centro, que no dejaba de ser un fino equilibrio entre derecha e izquierda, supo contagiar un cierto entusiasmo. Y durante algunas semanas e incluso meses, los franceses recuperaron la ilusión.

Pero Macron, a pesar de demostrar su altura política, sobre todo en lo internacional, y de haber realizado algunas reformas no carentes de interés, no ha sido capaz de conectar profundamente con la mayoría de los franceses ni ha conseguido mantener la ilusión o recuperar la confianza de los franceses en las instituciones.

Al contrario, el calor de la pandemia, la desconexión ha enraizado aún más. Basta ver los sondeos de los partidos clásicos en esta primera vuelta de 2022. La mejor posicionada es la candidata de Les Républicains, el partido conservador, Valérie Pécresse con unas cifras en torno al 8% de intención de voto según la mayoría de sondeos. Peor lo tiene Anne Hidalgo, candidata del Partido Socialista y personaje político muy popular en Francia gracias a su paso por la alcaldía de París. Apenas roza el 2%. En resumen, solo un 10% de los franceses votaría en estos comicios a las organizaciones del bipartidismo.

Y si miramos a los representantes de las “nuevas opciones”, vemos cómo lo que impera son las posiciones extremas. Marine Le Pen, que está rozando el 23%, Jean-Luc Mélenchon, que tiene en su programa desarticular la Quinta República y fundar la Sexta, con cerca del 19% y Eric Zemmour, el periodista y ex polemista cuyas posiciones hacen parecer moderada a Marine Le Pen, que ha llegado a tener hasta un 16% y que ahora se mueve en el 9%, en empate técnico con la derecha clásica. Por su parte, Emmanuel Macron, que llegó a alcanzar intenciones de hasta el 31% en los primeros compases de la guerra de Ucrania, está viendo ahora como con un 26%, Marine Le Pen le come terreno.

El ciudadano francés desafecto a esa República que defiende y ama está optando por lanzarse hacia propuestas donde la ideología pesa menos que el personaje. Muchos de los que voten a Marine Le Pen no votarán a la extrema derecha sino a Marine Le Pen. Porque me atrevo a decir que algunos de los que votarán a Marine Le Pen se sienten incómodos pensando que votan a la extrema derecha.  Y por eso, los candidatos se han esforzado en vender su personaje antes de vender su ideología -aunque sí, las propuestas están ahí. Lo mismo sucede con los votantes socialistas que van a votar a Mélenchon sin querer pensar que votan a una posición mucho más extrema y mucho menos socialdemócrata de la que querrían votar.  De esas contradicciones y ese desapego la gran abstención que se espera que se produzca. De hecho, algunas fuentes hablan de que se pueda producir una abstención histórica.

Cuando la institución falla, solo queda el personaje. Y tal ha sido el interés de todos los políticos franceses por defender su personaje, que ni siquiera ha habido un debate de primera vuelta con todos los candidatos. De las elecciones de 2017 aprendieron que esa exposición competitiva podía ser muy arriesgada, porque una cosa es venderse en un entorno controlado y otra venderse en el campo de batalla. Y eso no ha hecho más que contribuir a una mayor sensación de desapego ciudadano y a, previsiblemente, una mayor abstención.

Este domingo sabremos cuáles de los 12 candidatos que se presentan a la Presidencia de la República pasan a la segunda vuelta que se celebrará el 24 de abril, aunque parece que lo más probable sea un duelo Macron-Le Pen, aunque con dudas sobre cómo serán los equilibrios de fuerzas. Y esos dos candidatos tendrán que empezar a recibir los apoyos de los que caen de la carrera. La horquilla ideológica jugará un cierto papel, pero también habrá que ver cuántos y cuáles se apuntan a solicitar la abstención. Depende de ello que el próximo 25 de abril Francia se despierte con un panorama a la “occidental” es decir, con una victoria de Macron, o con un gobierno al estilo de la Europa Oriental, con una Marine Le Pen siguiendo la estela de Orban o Duda en Hungría y Polonia.