Miguel Angel García

Opinión

En peligro de extinción

Director de Escudo Digital

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Coliseo romano.
Coliseo romano.

Leo en algún medio de comunicación que han detenido a otra chica por grabar sus iniciales en los viejos muros del Coliseum romano y no puedo evitar que de nuevo suene un runrun en mi cabeza, que no en mi corazón: ¿otra persona más en busca de notoriedad y/o perpetuidad a cualquier precio? Y es que últimamente tengo la sensación de que hay aforo completo de estos casos en las páginas de actualidad.

Me pregunto qué se le puede pasar por la cabeza a una turista alemana de 17 años que, en plena visita a un monumento, decide sacar un objeto punzante y perpetuar su nombre sobre la piedra de un símbolo de 2.000 años de antigüedad. O por la de los otros tres que, en las últimas semanas, supongo que empujados por una misma necesidad de notoriedad, de dejar su huella bien marcada, sea o no merecida, también clavaron su punzón sobre este icono romano.

Estos casos me llevaron mentalmente hasta el de la cirujana plástica de Ohio a la que han retirado la licencia médica por retransmitir sus operaciones por TikTok, una noticia que me hizo especular sobre lo que puede pasar por la cabeza de una persona que decide inmortalizar su paso profesional no con lo que dé de si su trabajo sino con la emisión de cirugías en las que asume el puesto de guionista y puede forzar imprevistos en directo.

Y también hasta los lanzamientos de objetos contra los cantantes que también ahora tan de moda se ha puesto durante los conciertos y con los que, según leo, los responsables buscan inmortalizar esos momentos con sus teléfonos móviles y arrebatar a estos artistas un instante, por poco que dure, de su inmensa popularidad.

¿Y qué me dicen de los “momentos históricos”? ¿Cuántas veces han escuchado en los últimos meses a políticos de toda tendencia ideológica, con todo tipo de responsabilidades (locales, nacionales, europeas…), hablar de los supuestos “momentos históricos” que estamos viviendo gracias a ellos? Lo he escuchado tantas veces que me resulta difícil comprender cómo hoy en día un político puede vivir sin ser protagonista del suyo propio, sin que esté al frente de un hecho singular por el que merezca ser recordado. A este paso no tardará en llegar el día en el que lo “histórico” resulte tan cotidiano que tengamos que preservar lo cotidiano en los museos.

Sí, hay fiebre por lo notorio y lo perpetuo, con o sin acreditar merecimientos. Y no nos vayamos a creer que esta fiebre por perpetuarnos, con o sin motivo, es cosa de los otros; nada de eso, todos estamos de alguna manera bajo la zona de influencia de esta gran ola que nos sumerge bajo las aguas de un pasado en el que los artistas, por citar un caso, no firmaban sus obras porque anteponían el valor de lo colectivo a lo personal. Este ejemplo quizá nos resulte cercano: ¿No ha tenido usted la tentación, si es que no ha sucumbido ya a ella, de ponerse en el perfil de su LinkedIn, de su currículo, de su cuenta de WhatsApp, etc., una fotografía que le hayan tomado sobre un escenario mientras daba una conferencia, participaba en un coloquio o simplemente sujetaba un micrófono? Piénselo… Si Steve Jobs, ese genio con fama de capullo con sus empleados, grabó en el iris de los ojos de millones de personas estas increíbles puestas en escena en sus presentaciones de iPhone, ¡cómo no voy a merecer yo ser recordado sobre las tablas de un escenario de una gran empresa o escuela de negocios! Hay tantas imágenes de estas características publicadas en los espacios que he mencionado (algún amigo o conocido se enfadará conmigo) que resulta complicado no creer que la convicción de que “yo también me merezco que el foco de la notoriedad acaricie mi rostro” se haya generalizado. 

Y no voy a seguir citando más ejemplos porque esto se alargaría más de lo necesario y porque, como comenzaba diciendo, se mire donde se mire resulta sencillo encontrar más y más casos que confirmen que la propagación de esta fiebre colectiva, que nos empuja a grabar de cualquier forma (el caso es estar ahí) nuestro nombre en el relato de este tiempo, es un hecho cierto. ¿Estarán los méritos -lo que como tal se entendía no hace tanto- en peligro de extinción? Espero encontrar alguna respuesta.