Javier Saldaña Sagredo

Opinión

Trump y la doctrina Monroe: ¿Y ahora qué?

Coronel de Ejército de Tierra (Ret.)

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Trump y la doctrina Monroe. Elaboración propia.
Trump y la doctrina Monroe. Elaboración propia.

Después del fallido intento de poner fin por la vía rápida al enquistado conflicto ruso- ucraniano, la prioridad del nuevo presidente de los EE.UU. parece concentrarse en intentar aplicar una la errática política de aranceles con la que pretende demostrar a sus votantes que su denodado empeño de implementar a marchas forzadas todos los contenidos que encierran su famoso eslogan de campaña America First va por el buen camino. Paralelamente su otro gran eslogan de campaña Make America Great Again pretende situar a su país de nuevo en la posición de liderazgo que, según Trump, le corresponde en el concierto mundial.

Acabar el trabajo iniciado de su anterior mandato en el que el magnate republicano abandonó el acuerdo nuclear con Irán, expresó su apoyo incondicional a Israel, reubicando la embajada norteamericana a Jerusalén, terciando para que varios países árabes regularizaran sus relaciones con el Estado hebreo, parece seguir estando entre las prioridades de su política exterior. Una política exterior que, al igual que en su primera presidencia, ha comenzado con su claro cuestionamiento a sus socios de la OTAN por su baja aportación a la Organización, declarado abiertamente su guerra comercial y tecnológica a China y confirmando su acercamiento a la Rusia de Putin que ya inició tibiamente antes del comienzo de la guerra en Ucrania.

Sin embargo, de nuevo, en esta segunda entrega de la política exterior estadounidense bajo la tutela de Trump se adivina una anárquica, pero eficaz revisión autoritaria del tradicional discurso “jacksoniano” que enlaza como conceptos fundamentales de la relación de los EE.UU. y el resto del mundo. Donald Trump jamás nombró a Andrew Jackson, séptimo presidente norteamericano, y probablemente no lo habrá hecho por ser este uno de los fundadores del partido demócrata. Sin embargo, durante su primer mandato, colocó su retrato en el despacho Oval, asumiendo implícitamente las políticas “jacksonianas” como el nuevo presidente del pueblo y azote de las élites en Washington. Unas políticas que, en materia exterior, tuvieron en el presidente Jackson un decidido impulsor de la “Doctrina Monroe” instituida por el quinto presidente de Estados Unidos, James Monroe en 1823. Una doctrina con la que básicamente se pretendía que ninguna potencia colonizadora europea “recolonizase” cualquier territorio del continente americano después de la independencia.

Cuando apenas se cumplen doscientos años de su proclamación, los analistas no dejan de preguntarse si Donald Trump está persiguiendo una nueva reinterpretación de la Doctrina Monroe. La dinámica que la nueva administración norteamericana está emprendiendo apunta a ello. De alguna manera, la Doctrina Monroe siempre fue la guía de la política exterior norteamericana desde que vio la luz y la situación actual nos hace revivir tiempos pasados en los que los EE.UU., en su corta historia, reinterpretaron sus postulados para basar su acción exterior en ella.

En efecto, la evolución de la doctrina Monroe ha seguido derroteros que ni el propio precursor podía suponer. Ya a mediados del siglo XIX, con los EE. UU. encaramados como potencia en ascenso, la Doctrina se adaptó de manera adecuada cuando su undécimo presidente, James Knox Polk, promulgó su denominado “Destino Manifesto” sobre el que los Estados Unidos iniciaron su política expansionista durante el siglo XIX. Polk, que había llegado a la presidencia apoyado por Jackson, expuso su doctrina del ”Destino Manifiesto” considerando a los EE. UU. como una nación “elegida” y predestinada a propagarse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico como parte del llamado “mito de la frontera”. Bajo esas premisas se podujeron las guerras contra México (1846) para incorporar a la Unión los territorios mexicanos del norte. Por ello es inevitable asociar su recuerdo a la actual situación con las reivindicaciones “trumpistas” sobre Groenlandia o el canal de Panamá o la agresiva política de aranceles.

La doctrina del “Destino Manifiesto” se basaba en que la expansión norteamericana no sólo era caritativa, sino también manifiesta e infalible según la teoría de la predestinación calvinista. Podría resumirse en la frase «Por la Autoridad Divina o de Dios» y siguió implementándose por todos los presidentes norteamericanos hasta finales del siglo XIX cuando los EE. UU. vieron en España (1898) el adversario débil y propicio para continuar su expansión en Puerto Rico e intervenir en Cuba y Filipinas con la “colonización” emprendida por el 25º presidente William McKinley. Un presidente también admirado por Donald Trump que se caracterizó por la aprobación de aranceles a las importaciones y por su ímpetu expansionista. No olvidemos también la profunda religiosidad de Donald Trump, que profesa la religión presbiteriana de la que ha hecho exaltación en muchas declaraciones públicas, podría ser una de las causas de su “simpatía” por la teoría del “Destino Manifiesto”.

Por esa época ya se había producido una primera derivada de carácter económico de la Doctrina Monroe denominada política de Puertas Abiertas por la que los EE. UU. intentaron asegurar (con éxito) su expansión comercial y solucionar las rivalidades internacionales de manera pacífica en Asia. Fue en 1899 cuando el por entonces secretario de Estado norteamericano, John Hay, remitió una serie de cartas a las principales naciones europeas con intereses en China por las que exigía un trato igualitario a los intereses americanos en el comercio de las jugosas materias primas chinas. Argumentando la necesidad de establecer reglas basadas en la igualdad de trato para solucionar conflictos internacionales, la política de Puertas Abiertas promovía un enfoque que quizá haya influido en Donald Trump en su actual política de presión económica bajo el lema America First. Si extrapolamos la situación, de alguna manera Trump pretende ahora que China juegue con sus mismas reglas. La diferencia es que entonces China era el “producto de la inversión extranjera” y ahora es el “inversor en el extranjero”.

A comienzos del siglo XX la Doctrina Monroe cobró una nueva dimensión con Theodore Roosevelt, 26º presidente estadunidense. Su enmienda, conocida como el Corolario de Roosevelt, consideraba que dentro de la reafirmación de los EE. UU. como potencia mundial, se debía justificar el derecho y el deber de su país de intervenir en los asuntos internos de las naciones del continente americano, no sólo ante el peligro de interferencia europea, sino también en cualquier caso que el gobierno norteamericano considerase que había riesgo imperioso de agitación política o cualquier otro tipo de anarquía. Una reinterpretación que se amplió en plena primera Guerra Mundial, cuando el 22 de enero de 1917 el presidente Woodrow Wilson consideró que la Doctrina Monroe debía convertirse en una doctrina aplicable en cualquier lugar fuera de las fronteras del país consiguiendo su “aprobación” en el Pacto de la Sociedad de las Naciones en 1919 (artículo 21). 

La alianza estadunidense con las potencias europeas que se enfrentaron a la Alemania nazi y su particular victoria con el Japón en el Pacifico supusieron sin duda un salto cualitativo en el expansionismo norteamericano tras la Segunda Guerra mundial al que solo se enfrentó la doctrina comunista, también expansiva de la antigua URSS. El orden bipolar se instaló en las relaciones internacionales y los EE. UU. siguieron adaptando la Doctrina Monroe que se aplicó de forma efusiva en su particular cruzada contra el comunismo en todos los rincones del planeta. Fueron los años de la “guerra fría” donde al desarrollo industrial estadounidense le siguió un extraordinario aumento en el gasto militar y armamentístico que situó al país como único gendarme mundial tras la caída del muro de Berlín. Tras el desmoronamiento de la URSS no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando los EE. UU. identificaron a China como su principal competidor estratégico en todos los ámbitos.

Lo que ha venido después es de todos conocido. Quizá ahora la historia se repita en términos de competencia estratégica con China que Trump quiere elevar en términos económicos a nivel “global”. Dos siglos separan su juramento del 20 de enero de 2025 sobre la Biblia que le regaló su madre cuando tenía nueve años del discurso del presidente Monroe sobre la presencia de los europeos en el continente americano o de las palabras de Polk en su doctrina del “Destino Manifiesto”. Incluso Mucho menos desde la proclamación del presidente Wilson sobre sus famosos 14 puntos principio del fin de la Gran Guerra que supusieron un nuevo modelo para configurar un orden mundial de acuerdo con las renovadas tesis de la Doctrina Monroe de la época. Ahora es el momento de una nueva reinterpretación de la “Doctrina Monroe”. Sin embargo, Donald Trump deberá enfrentarse por primera vez a una dinámica regresiva de que el “hegemón” estadounidense está llegando a su fin. Quizá su aliento a un resurgimiento de los nacionalismos y populismos ultraconservadores en el mundo sea la base de una nueva “Doctrina Monroe” norteamericana. Sólo de esa manera los EE. UU. quizá puedan asegurar algún tipo de gobernanza global bajo su liderazgo.