La icónica fotografía que se produjo el pasado sábado en el Estado del Vaticano, donde el mundo entero ha visto cómo, sentados frente a frente en la basílica del Baptisterio, Donald Trump y Volodímir Zelenski se reunían de nuevo para impulsar el proceso de paz en Ucrania, ha desconcertado a un gran número de analistas. Muchos de ellos daban por hecho que el nuevo mandatario norteamericano había dado definitivamente la espalda al presidente ucraniano, posicionándose de manera clara con su "nuevo socio", Vladímir Putin.
Sin embargo, la camaleónica conducta del inquilino de la Casa Blanca no tiene límites y, una vez más, en un intento de mantenerse en la "centralidad" de la geopolítica mundial, sus asesores promovieron ese encuentro en un lugar y un momento cuya trascendencia era bien conocida. La escenografía del instante, momentos antes del funeral de un Papa pacifista haya donde los haya, y la majestuosidad del lugar –la Basílica de San Pedro– hicieron el resto. Un cardenal "papable", el italiano Matteo Zuppi, ha llegado incluso a calificar la reunión entre los dos mandatarios como "un milagro del Papa Francisco".
No obstante, pese al mediático del momento, los "árboles de Roma" no deben impedirnos ver "el bosque de la geopolítica mundial". El objetivo de Donald Trump de "pacificar Ucrania" no ha cambiado y sigue siendo urgente para un mandatario que, desde su primera presidencia, ha centrado su estrategia en un escenario muy alejado: el Indopacífico. En la ecuación de Trump solo hay dos variables: el acuerdo de paz y el beneficio comercial que Estados Unidos espera obtener del paciente esfuerzo de mediación que está realizando. Putin sabe que los americanos tienen prisa, que quieren "achicar balones fuera" en Europa para centrarse en su competición estratégica con China en el Pacífico.
Así, Rusia, con la contención que está ejerciendo en Europa sobre los intereses norteamericanos que buscan desplazar su centro de gravedad hacia el Pacífico, está afianzando su asociación estratégica con China. Era indudable que Trump se había percatado de ello e intentaba acabar con el conflicto de forma acelerada, presionando inicialmente al más débil: Ucrania. Después del "milagro póstumo del Papa Francisco", parece que Trump ahora presiona con más intensidad a Putin, quien ya se ha apresurado a declarar que el encuentro del Vaticano fue un error. La posición de Trump ha cambiado y ahora exige un alto el fuego a Rusia y que se siente a negociar de inmediato.
Pero Rusia percibe el conflicto de manera diferente. Se sabe ganadora en el campo de batalla. Ese mismo sábado, 26 de abril, reconquistó el enclave ruso de Kursk, expulsando a las fuerzas ucranianas residuales, lo que elevó significativamente su moral de victoria, a pesar de que en el conjunto del frente en territorio ucraniano la situación parece estancada. Paralelamente, sus ataques aéreos sobre la capital, Kiev, han aumentado de manera considerable en las últimas semanas, lo que sin duda ha contrariado, y mucho, a Donald Trump, quien ha acusado a Putin de no querer implementar el alto el fuego previo a las negociaciones.
Por ello, Donald Trump se ha fijado un plazo en su mediación: una semana. Le urge resolver un problema enquistado en suelo europeo que se comprometió a solucionar por la vía rápida durante su campaña electoral. Han pasado tres meses desde su toma de posesión y las posiciones siguen muy enfrentadas. Las partes en conflicto no consiguen ponerse de acuerdo en los términos iniciales del borrador con el que el mediador norteamericano, Steve Witkoff, intenta avanzar e iniciar las negociaciones cuanto antes. El día anterior a la reunión en el Vaticano, Witkoff pasó tres horas reunido con Putin en el Kremlin, en su cuarto viaje a Moscú desde que Trump regresó a la Casa Blanca.
Las visiones del plan de paz de Ucrania, EE.UU. y de los aliados europeos de Kiev
El problema es que existen dos visiones muy diferentes del plan de paz. Por un lado, la ucraniana, apoyada incondicionalmente por Bruselas, propone que tras el alto el fuego se inicien negociaciones territoriales, pero condicionadas 'sine qua non' a garantías de defensa de sus aliados europeos, similares a las que establece el artículo 5 en el seno de la OTAN (aunque sin ingresar en la Alianza). Por otro lado, la propuesta norteamericana apoya el reconocimiento de Crimea como territorio ruso, a cambio de sólidas garantías de seguridad –¿de los propios EE.UU.? – para Ucrania, su renuncia a formar parte de la OTAN y el levantamiento de sanciones contra Moscú.
Es evidente que el reconocimiento ruso de Crimea representa un obstáculo insalvable para Ucrania y sus aliados europeos en el denominado "Marco del Acuerdo con Ucrania", que lidera Londres entre los países europeos implicados en el proceso. Esta propuesta supondría un cese del fuego total e incondicional por tierra, mar y aire, tal como Ucrania acordó previamente, supervisado por algunos países europeos (¿la Coalición de Voluntarios?) y también por EE.UU. Esta proposición incluiría como punto de partida en las negociaciones territoriales la actual línea de frente, aunque establece que Ucrania recuperará el control de la central nuclear de Zaporiyia, ocupada por Rusia desde marzo de 2022. El borrador de paz "europeo" menciona también un acuerdo sobre minerales, propuesto por EE.UU. a Ucrania, que formaría parte de la compensación financiera que recibiría el país por estragos de la guerra, y en la que también se incluiría parte de los activos rusos congelados hasta que Moscú compense los daños sufridos por Ucrania.
La postura de Rusia
Como es de imaginar, la posición rusa difiere notablemente de lo que los norteamericanos y europeos han planteado para la resolución del conflicto. La postura rusa, que cuenta con el respaldo de China –consciente de lo que significaría una Rusia fuerte para el nuevo orden europeo y mundial–, está suponiendo un desgaste para la administración estadounidense que Trump no había previsto. La estrategia rusa pasa por consolidar sus conquistas territoriales y "esperar sentado a la puerta de su casa", convencida de que no hay otra alternativa que aceptar sus condiciones de paz. Discutir cada detalle a los norteamericanos y señalar "no" sin expresarlo explícitamente es la clásica táctica rusa de negociación, empleada tradicionalmente por el Kremlin, como ocurrió, por ejemplo, en las negociaciones del alto el fuego en Siria en septiembre de 2016.
No es fácil llegar a un acuerdo con un antiguo teniente coronel del KGB como Putin, que lleva veintiséis años en el poder y ha conocido a cinco presidentes estadounidenses, ocho primeros ministros británicos, tres líderes chinos y seis jefes de la OTAN, muchos de los cuales han tratado personalmente con él. Y lo que es más importante: si Putin, después de ganar la guerra tras tres años de duros combates y más de 600.000 soldados desplegados en el frente de batalla, no consigue un acuerdo de paz ventajoso que le mantenga el apoyo de la población civil, su régimen probablemente enfrentará serios problemas para su supervivencia.