El norteamericano Robert D. Kaplan, autor de numerosos e influyentes ensayos, ha sido corresponsal en las crisis más diversas. Cubrió guerras -Irán e Irak o la de comunistas contra muyahidines en Afganistán-, conflictos como los Balcanes y hambrunas en África.
Conocedor de la extrema brutalidad del régimen de Sadam Huseín, Kaplan defendió activamente la invasión de Irak en 2003 mediante artículos y conferencias. En “La mentalidad trágica” (RBA, 2023) admite que fue el mayor error de su carrera.
Cabe preguntarse si acaso olvidó lo aprendido durante su larga trayectoria. En 1994, había publicado “La anarquía que viene” en la revista The Atlantic. Con clarividencia afirmaba que, pese al optimismo reinante tras la desaparición de la URSS, el mundo iba hacia el caos. Escasez de recursos, sobrepoblación, enfermedades víricas, factores medioambientales, sectarismo, choques culturales, migraciones masivas, debilidad de no pocos gobiernos… Mas, como él mismo declara, maduramos a través de los errores.
Cuando en 2004 cubrió la primera batalla de Faluya vio horrorizado la anarquía del ‘todos contra todos’. Kaplan nos transmite una lección para él fundamental: la tiranía es insoportable, pero es preferible al caos. Recuerda la vieja máxima persa: “Un año de anarquía es peor que 100 de tiranía”.
Sin embargo, el libro va mucho más allá de esta reflexión. Apasionado de la historia, Kaplan explica que las relaciones internacionales son inevitablemente trágicas. No vale pensar en ellas como un juego adictivo o una cuestión de status moral.
Para demostrarlo, mezcla su experiencia personal con constantes y abrumadoras alusiones a la literatura. Ante todo reverencia a los autores de las tragedias griegas – Esquilo, Sófocles y Eurípides – que comprendieron que la política es mucho más compleja que la simple elección entre el bien y el mal. De lo que en realidad se trata es de escoger entre dos cosas deseables a sabiendas de que habrá daño y destrucción. Es decir, la batalla del bien contra el bien significa aceptar una cierta dosis de mal.
Kaplan estudia la influencia de los griegos sobre todo en Shakespeare, aunque cita asimismo a muchos otros. Para los dilemas inevitables e irresolubles a los que se enfrenta un político en circunstancias críticas, Kaplan relegitima con los clásicos la tradición política realista. Señala que es injusto identificar el realismo político de Maquiavelo con el cinismo. La necesidad de orden es una responsabilidad fundamental.
La hipótesis del ensayo es que los occidentales hemos olvidado estas lecciones al no haber tenido las experiencias que forjaron en el pasado una mentalidad trágica.
La obra no habla solo de políticos y líderes sino también de intelectuales, periodistas y analistas de política internacional. Advierte que si admiramos a los héroes morales ignoramos que una cosa es ser un ente puro, sin funciones administrativas y de mando, y otra un político que tiene que tomar decisiones durísimas. La labor de la prensa es cantarle las verdades al poder, sí. No obstante, a veces los poderosos son conscientes de que lo que hacen está moralmente mal y no lo dicen en público por temor a empeorar aún más la situación.
Rebelarse para derrocar una tiranía puede ser un deber moral. Pero evocando a Albert Camus, Kaplan sostiene que hacerlo sin tener un plan creíble para restaurar un orden más justo, es una irresponsabilidad imperdonable. El rebelde debe sustituir el viejo orden por uno nuevo que sea al menos más benigno.
Son de gran interés sus sugerentes analogías y planteamientos históricos. Cito aquí solo dos entre la Antigüedad y la historia reciente de EEUU con similitudes esclarecedoras. La comparación de la Guerra de Vietnam con la malhadada Expedición ateniense a Sicilia descrita por Tucídides en su ‘Guerra del Peloponeso’. O más agudo incluso este otro paralelismo de liderazgo trágico: la segunda invasión persa de Grecia bajo el mando del rey Jerjes en el 480 a.C. que parece presagiar la segunda guerra contra Irak del presidente George W. Bush.
Hasta hoy, los impulsores de la guerra de Irak en Washington y Londres rechazan toda responsabilidad por las fuerzas destructivas desatadas. Kaplan es casi el único que reconoce su papel y en qué se equivocó. Nuestros líderes no han aprendido nada.
Lo hecho en Afganistán –dos décadas de ofensiva estadounidense– e Irak dramatizó la lucha entre el destino y la voluntad humana. Fue catastrófico y pura locura. El peligro está en que se repita, con efectos mucho más perjudiciales, en relación con Rusia y China. ¿Somos capaces de imaginar las consecuencias de errores de planificación y visión semejantes en el caso de conflicto contra una potencia? La agresión a Ucrania comenzó no como una tragedia, sino como un crimen. Vladimir Putin ha llevado a cabo su “operación militar especial” con incalificable salvajismo. Occidente debe calibrar muy bien sus opciones.
Creer que el poder norteamericano siempre puede enderezar el mundo es una violación de la sensibilidad trágica. Con todo, elementos significativos de la élite de política exterior en Washington han suscrito esa noción. Kaplan señala además que EEUU renunció a cualquier credibilidad para dar lecciones de buena gobernanza después de haber elegido a un demagogo populista como Donald Trump.
Las decisiones cruciales son, por naturaleza, difíciles y ajustadas. Requieren humildad y precaución. El equilibrio es esencial. Sin una dosis de miedo no hay seguridad. Del mismo modo que sin un grado de ambición es imposible prosperar.
No todos los problemas tienen arreglo. Asumir que todo puede estar bajo control es equivocado. Kaplan aboga por pensar trágicamente para evitar la tragedia. Observa que “la geopolítica –la batalla del espacio y el poder que se libra en un escenario geográfico- es intrínsecamente trágica”.