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Apagón general: cómo el olvido de los procesos analógicos nos ha dejado “vendidos”

El apagón ha sido un recordatorio de que la resiliencia no se encuentra en la dependencia absoluta de la tecnología, sino en la coexistencia de sistemas.

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El presidente gobierno Pedro Sánchez en rueda prensa. Foto: Belga / Europa Press
El presidente gobierno Pedro Sánchez en rueda prensa. Foto: Belga / Europa Press

El apagón general vivido en el día de ayer en toda la península ibérica, a falta aún de conocer las razones que lo provocaron, sí nos mostró durante unas interminables horas lo dependientes que somos de la energía eléctrica y de las comunicaciones digitales, sobre cuyas espaldas cuelgan prácticamente todos nuestros procesos. Para empezar, nos quedamos sin luz en casa y en la oficina, con la pérdida de servicio que eso supone por parte del televisor, el wifi, el frigorífico, el sistema informático, el teléfono móvil... Al que le sorprendió en su vehículo no tenía forma de echar gasolina, al que le pilló en el cercanías o en el tren de media y larga distancia se quedó atrapado en medio de la nada; no podíamos pagar en el supermercado en pleno ataque de acopio de comida y papel higiénico, no sabíamos qué pasaba con nuestros seres queridos, a los que éramos incapaces de localizar, y, por si fuera poco, un medio clásico como la radio, con periodistas remangados y sin likes de por medio, fue el encargado de mantenernos informados; eso por no hablar de la situación que se vivió en infraestructuras críticas como hospitales o centrales eléctricas… En menos de media hora nuestra rutina se estrelló contra el caos más absoluto.

Pero, ¿esto siempre ha sido así? ¿Estamos seguros de que el proceso de digitalización tan acelerado en el que estamos involucrados no ha desatendido los procesos tradicionales que nos permitían encontrar solución si no a todas, sí a gran parte de nuestras necesidades? En el día de ayer, el transistor a pilas y la linterna, elementos básicos del kit de emergencia, fueron más necesarios que nunca.

Y es que en las últimas décadas, el mundo occidental ha experimentado una acelerada transformación digital que abarca desde la forma en que trabajamos y nos comunicamos hasta cómo gestionamos nuestras finanzas y accesos a servicios públicos. Sin embargo, este cambio disruptivo ha implicado, a menudo de manera inadvertida, el desplazamiento de los procesos analógicos —como el uso de papel, la comunicación por radioafición o los sistemas mecánicos de solvencia— que durante siglos han asegurado cierta autonomía y resiliencia ante fallos tecnológicos.

Más allá de la mera incomodidad de quedarse sin luz, el apagón ha evidenciado cómo nuestra sociedad ha delegado funciones críticas en infraestructuras electrónicas. Los semáforos automatizados y la señalización del tráfico son ahora sistemas inteligentes que, sin alimentación, no funcionan; los cajeros automáticos y los terminales de punto de venta dejaron de procesar pagos, obligando a muchos taxis y comercios a aceptar únicamente efectivo. La telefonía móvil se ha visto seriamente afectada y, en ausencia de servicios de mensajería o aplicaciones de ubicación, los ciudadanos hemos quedado incomunicados en plena calle.

En el ámbito bancario, la imposibilidad de acceder a plataformas digitales nos ha impedido realizar transferencias, consultar saldos o utilizar tarjetas contactless, dejando a familias y empresas sin acceso a sus propios recursos durante el periodo crítico. En infraestructuras como hospitales y centros de emergencias, la falta de conexión a sistemas digitales de gestión de pacientes y medicamentos obligó a recurrir a procedimientos manuales, ralentizando la atención y aumentando el riesgo de errores.

El olvido de lo analógico

Este episodio pone de manifiesto -afortunadamente parece que sin mayores consecuencias- que buena parte de la resiliencia que la sociedad ha desarrollado a lo largo de miles de años —desde la imprenta y la contabilidad en libros de papel, hasta los radios de onda corta y las linternas de manivela— ha sido progresivamente abandonada. Las generaciones actuales carecen, en muchos casos, de formación en técnicas básicas de supervivencia sin dispositivos electrónicos: cómo orientarse sin GPS, cómo comunicarse ante fallos de redes móviles o cómo llevar registros manuales de transacciones y suministros.

El resultado es una población que, frente a un simple corte de energía, se ve desasistida e incapaz de cubrir sus necesidades más elementales. La dependencia exclusiva de la luz eléctrica, el acceso a internet y la digitalización de los servicios ha creado un punto único de fallo que hace vulnerables incluso a sociedades consideradas tecnológicamente avanzadas.

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Frente a este cambio acelerado hay una serie de medidas que deberíamos enmarcar (qué bien queda siempre un condicional en estos casos en los que se sabe que poco o ningún valor tendrá al cabo de los días, cuando nos olvidemos una vez más de todo esto) para evitar que en episodios efímeros como este u otros más graves y duraderos puedan condicionar o incluso afectar profundamente en nuestras vidas. Entre estas se encuentran:

  1. Redundancia de sistemas críticos: Necesidad de mantener infraestructuras analógicas de respaldo en servicios esenciales como semáforos, líneas telefónicas fijas y sistemas de señalización ferroviaria. Por ejemplo, semáforos solares o linternas conectadas a baterías de larga duración y teléfonos fijos con alimentación propia que permitan llamadas de emergencia.
  2. Banca dual: Combinar la banca digital con cajeros manuales y ventanillas presenciales, garantizando el acceso a efectivo y a registros en papel de movimientos bancarios. Promover una “billetera de emergencia” con algo de efectivo y cheques en papel para situaciones de fallo tecnológico.
  3. Formación ciudadana: Incluir en el currículo educativo y en cursos de formación de adultos contenidos sobre orientación sin GPS, radiocomunicaciones de onda corta, uso de mapas y brújulas, y técnicas de conservación de documentos y registros manuales.
  4. Microredes y generadores locales: Incentivar la instalación de microgeneradores (paneles solares domésticos con baterías) que puedan funcionar de forma aislada de la red principal, manteniendo al menos los servicios básicos en viviendas y comercios.
  5. Planes de contingencia públicos: Obligar a administraciones y empresas a diseñar y ensayar protocolos que incluyan procedimientos manuales y comunicación mediante radios o altavoces en caso de fallo de las redes convencionales.
  6. Cultura del papel y lo mecánico: Recuperar el hábito de imprimir documentos clave, llevar agendas en papel y usar sistemas mecánicos (por ejemplo, relojes de cuerda, calculadoras manuales) para no depender exclusivamente de dispositivos electrónicos.

En definitiva, la digitalización ofrece indudables beneficios en eficiencia y accesibilidad de servicios, pero no debe hacernos olvidar las soluciones analógicas que han sustentado la sociedad durante siglos. El apagón del 28 de abril de 2025 ha sido un claro recordatorio de que la resiliencia no se encuentra en la dependencia absoluta de la tecnología, sino en la coexistencia de múltiples sistemas complementarios. Un enfoque mixto, que combine innovación digital con procesos tradicionales, permitirá afrontar futuros desafíos con mayor solidez y seguridad para todos los ciudadanos.