Raquel Alonso es la exmujer de un yihadista, miembro de la Brigada Al Ándalus, condenado a ocho años de prisión por integración en una organización terrorista y en la actualidad se encuentra en libertad vigilada. Alonso relata a Escudo Digital sus temores y sus iniciativas.
PREGUNTA. ¿Cuál es la situación actual?
RESPUESTA. Mi exmarido está en libertad vigilada con una pulsera en el tobillo y seguimos amenazados de muerte, abandonados por el Estado totalmente. Tuvimos protección durante ocho meses, que nos retiraron cuando presenté la demanda para retirarle la patria potestad. Nuestra situación actual es indefensión. En España la protección a los testigos no se parece en nada a lo que vemos en las películas estadounidenses, donde te cambian de identidad, de domicilio, te dan una casa, un trabajo y todos felices porque ya no te van a encontrar. No existe un protocolo de testigos protegidos. Hemos luchado mucho para conseguir, tras recurso a la Audiencia Provincial y con ratificación del Tribunal Supremo, en una sentencia pionera en Europa, retirar la patria potestad a un yihadista.
P. ¿Él no mantiene ninguna relación sus hijos?
R. Ninguna desde hace muchísimos años. El mayor es el más afectado. Su padre le mostraba videos de decapitaciones y de inmolaciones. Cuando él empezó a radicalizarse, el adoctrinamiento no era un delito. La ley antiterrorista lo incluyó en 2015, y él fue detenido en junio de 2014. Tras una investigación de dos años, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado desarticularon la célula terrorista.
P. ¿Volverías a declarar?
R. No lo sé, pero ellos certificaron en el juicio que estaban preparados para cometer un atentado. Hay que ser muy frío para saber que van a intentar una matanza y no hacer lo posible para evitarlo. Me quedo con la esperanza de que he podido salvar vidas. El problema es que testifiqué contra ellos. A mí me llama la Comisaría General de Información y no tengo ningún problema en declarar, porque era una célula terrorista muy peligrosa. El líder, que sale el año que viene de prisión, había estado preso en Guantánamo, detenido por luchar con Al Qaeda en Afganistán. Todos sabemos cómo funcionan las represalias. Aunque a cualquiera nos puede tocar: los actores solitarios se han incrementado de forma vertiginosa y sobre todo en los jóvenes, y es muy fácil salir con un cuchillo en un autobús, en un parque, en un centro deportivo…
P. ¿Has sufrido amenazas últimamente?
R. Me llegan cartas. La última hace cuatro meses. He cambiado ocho veces de domicilio y voy a por la novena, porque en la última misiva me decían que mi hija era de Alá, que no era mía, que iba a morir, que dejara de hablar, que me callara o tendría consecuencias irreversibles. He sufrido tres agresiones que me han llevado al hospital. Me han intentado echar de la carretera ya más de cuatro veces y lo único que puedo hacer es autoprotegerme. Mis hijos tampoco pueden llevar una vida normal. Siguen llevando el apellido de su padre.
P. ¿No se pueden cambiar los apellidos?
R. Sí, pero los trámites son muy lentos. Vamos a intentar, porque ahora la única opción que hay de registro es darles la vuelta. Es decir, que el primero sea el segundo y que el segundo sea el primero. Para las gestiones hay que presentar mucha documentación. Por ejemplo, en la Seguridad Social, para poder ocultar los datos, siempre tienes que aportar sentencia del juicio, sentencia de la patria potestad, los protocolos son muy largos.
P. ¿Sigues teniendo miedo?
R. La verdad es que sí. Vivo en alerta 24 horas. Mi hija tiene casi 18 años y el mayor, 22. Los llevo y los recojo todos los días, porque tengo miedo, sobre todo por la chica, que ya ha sufrido un intento de secuestro. No me tranquiliza que su padre esté en libertad vigilada y lleve una pulsera. No me asegura nada. No es una garantía para nosotros. En cierto modo, después de haber colaborado con la sociedad, al final lo único que hemos obtenido es un abandono.
P. Y después de este abandono, de este miedo, de esta rabia, ¿tú animarías a otras mujeres en una situación como la tuya, a declarar en la Audiencia Nacional, a denunciar.
R. Muchas mujeres en situación parecida a la mía nos llaman a la asociación. No puedo darles ánimo para que denuncien. Al menos intentamos que tengan protección. Sobre todo, cuando hay menores. Un caso reciente. Una señora con un hija de cuatro años convive con un islamista. Está aterrorizada. Es vigilada hasta cuando baja al parque con la niña. Solo podemos facilitarle un teléfono móvil por si hay una situación grave. No quiere denunciar. Y yo no puedo animar a nadie al suicidio. Procuramos, al menos la atención psicológica.
P. ¿Sigues creyendo en la Justicia?
R. Tengo como 60 denuncias interpuestas, por amenazas y agresiones. Pero ya estoy cansada. Yo ya no creo en la Justicia, me ha defraudado. Mi percepción en los juicios es que al final se estaba defendiendo el terrorista y se nos estaba acusando a nosotros por solicitar protección o por haber salido en los medios de comunicación.
P. ¿Es posible la reinserción de un yihahista?
R. Solo en el caso de los jóvenes, con un tratamiento y con unas condiciones muy diferenciadas. Cuando la célula terrorista está formada por señores de 40 (mi exmarido tiene ahora 52 años), no se pueden reinsertar. Todo lo contrario, porque esos ocho años que ha vivido en prisión han sido de retroalimentación entre presos de las mismas características. Para ellos la prisión no es un castigo, creen que siguen realizando la yihad. Y encima se convierten en referentes ideológicos para otros miembros, aparte de grandes reclutadores y captadores en prisión.
P. Licenciada en Marketing y Publicidad, criminóloga, autora de los libros Casada con el enemigo y El enemigo sin rostro, preside Acreavi (Asociación contra la radicalización extremista y ayuda a las víctimas). ¿Cuál es el trabajo de esta organización?
R. Este mes estamos impulsando un plan profesional para formar y concienciar que hemos llamado ‘Desde dentro’. La denominación viene porque el yihadismo se conoce desde la teoría, pero no desde el fango. Nos dedicamos además a intentar recuperar a los jóvenes que todavía no han llegado punto de no retorno de esa radicalización. Los menores es el principal problema. Los adultos tenemos una forma de gestionar las emociones. Pero las secuelas que quedan a los menores son para siempre. En el caso de mi hijo, tiene muchísimas dificultades para socializar, porque la gente le estigmatizó, él era el hijo de un terrorista, y sigue siendo considerado el hijo de un terrorista. Desde la asociación queremos visibilizar el problema del yihadismo. Por ejemplo, hemos detectado que se están asentando en pueblos mucho más pequeños, con el objetivo de pasar desapercibidos ante los radares policiales. También hemos comprobado cómo intentan captar a jóvenes en redes como Tiktok, sin necesidad de entrar en páginas extrañas. Un solo like basta para desencadenar el proceso y que se sugieran grupos de Whatsapp y Telegram, donde se profundiza en la captación.
P. ¿De qué tratan tus libros?
R. Casada con el enemigo relata los cuatro años de lucha para proteger a mis hijos. Termina cuando el Supremo ratifica la sentencia y la condena a prisión. Creo que la literatura puede tener una función social. En El enemigo sin rostro cuento cómo intento salir adelante a pesar de las amenazas de muerte, toda la lucha en los juzgados durante 11 años, la sentencia de retirada de la patria potestad. Explico también cómo su familia no asume el delito, culpa a la víctima y mantiene el acoso. Allegadas a mi exmarido que residen en Estados Unidos vertían en Twitter una serie de acusaciones. Me puse en contacto con el FBI y lo cierto es que cesaron las amenazas.