Los paparazzi son toda una institución en la prensa del corazón. Todos les imaginan como los Indiana Jones del sector, emboscados, muchas veces jugándose la integridad para encontrar los mejores escondites desde donde obtener fotos (robadas o negociadas) que les aseguren fama y enormes ingresos.
Como la política invade todos los espacios de la vida, aparecen nuevas fuentes de ingresos y oficios a través de fotos comprometidas o no de nuestros personajes políticos, y documentos que se suponen confidenciales o de dominio solo de la administración, que surgen en avalancha justo en el momento oportuno.
Un ejemplo muy oportuno lo vemos ahora mismo con el caso Koldo-Ábalos- Armengol -Sánchez, en el que, de pronto, empiezan a aparecer todos los documentos de la no idoneidad de las mascarillas adquiridas por la administración balear a la trama Koldo.
Y estoy casi seguro de que, si Francina Armengol negara la mayor, aparecerían de pronto fotos de lo contrario o pañuelos de papel con su ADN que en teoría deberían haber acabado en el fondo de una papelera.
Dentro de este ecosistema de enfrentamiento y psicosis me pregunto para qué sirven y cuándo saldrán las fotos que les hacían (disimuladamente) los que seguían al matrimonio Conde Pumpido (él, Cándido Conde-Pumpido actual presidente del Tribunal Constitucional desde 2023; ella, Clara Martínez de Careaga García, jueza magistrada de la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo y vocal del Consejo General del Poder Judicial) el pasado sábado 24 febrero en Luanda Interiorismo, la tienda de decoración de los hiper mega ricos de La Finca de Pozuelo de Alarcón.
Por más que trataban de disimular sus pasos, los que les fotografiaban, quienes debían de ser paparazzis porque miembros de seguridad no eran, no fueron capaces de esquivar las miradas de quienes asistíamos a este seguimiento que igual cualquier día recordamos leyendo un dossier o la prensa.