José Miguel Palacios.

Opinión

Putin y la desintegración de Rusia

Coronel de Infantería y Doctor en Ciencias Políticas.

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¿Es la desintegración rusa el objetivo real de Occidente?
¿Es la desintegración rusa el objetivo real de Occidente?

El pasado 23 de diciembre de 2021, Vladímir Putin celebró su tradicional conferencia de prensa de final de año. Un evento que, como casi siempre, sirvió para apreciar el estado de ánimo del presidente ruso y para profundizar en su comprensión del mundo y de la historia.

Rusia es un país de casi ciento cincuenta millones de habitantes y cuenta con importantes recursos de todo tipo, pero, en última instancia, su situación actual y su evolución futura dependen de las acciones y de las percepciones de un solo hombre, Vladímir Putin. Por eso, es frecuente que los estudios sobre la Rusia actual estén basados en consideraciones sobre la psicología de su presidente o, en todo caso, la tengan mucho en cuenta. Eso fue así desde poco después de su llegada a la cabeza del estado y sigue siéndolo en nuestros días.

Por lo que se pudo oír durante la conferencia de prensa, si hay un tema que obsesione al Putin de finales de 2021, es el de la supervivencia de Rusia como estado. El presidente ruso cree firmemente que en los años noventa su país estuvo a punto de desintegrarse y está convencido de que precisamente eso era lo que entonces deseaban los occidentales. Cree también que Occidente (Estados Unidos) sigue empeñado en debilitar y marginalizar a Rusia, aunque no tiene completamente claro hasta qué punto. En sus fases más pesimistas, teme que la desmembración de Rusia sea de nuevo el objetivo real a medio y largo plazo.

Las intervenciones públicas de Putin son siempre extraordinariamente esclarecedoras, y no porque revele en ellas información interesante y exacta. Como oficial de carrera de la inteligencia del Estado, conoce el valor del secreto y practica en ocasiones la desinformación. En cambio, le resulta mucho más difícil controlar su temperamento y a menudo da pistas sobre su estado de ánimo. Una vez más, así fue durante la conferencia de prensa del pasado 23 de diciembre.

La desintegración de Rusia, ¿objetivo real de Occidente?

El creciente temor de Putin a que Rusia acabe desintegrándose, a que la desmembración de la Federación Rusa sea el objetivo real que persigue Occidente, se refleja en las numerosas alusiones que hizo a este tema a lo largo de la conferencia de prensa. Estas alusiones pueden distribuirse en varios bloques argumentales:

En el primero, recordó que la desaparición de Rusia, su división en varios países de pequeño o mediano tamaño es un objetivo de Occidente desde hace más de un siglo: «… allá por 1918, uno de los ayudantes de Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos, dijo: ‘El mundo entero estará más tranquilo si un estado en Siberia y cuatro estados más en la parte europea aparecen en el lugar de la enorme Rusia de hoy’».

En el segundo, subrayó que, a pesar del esfuerzo realizado durante los años noventa por la URSS y por Rusia para desarrollar relaciones armónicas con Occidente («la Unión Soviética hizo todo lo posible para construir relaciones normales con Occidente y Estados Unidos»), los países occidentales continuaron apoyando acciones contra la integridad territorial de la Federación Rusa, en particular, en el Cáucaso Septentrional: «¿Por qué era necesario apoyar a los terroristas en el norte del Cáucaso y utilizar organizaciones obviamente terroristas para tratar de desintegrar Rusia?

“Pero lo hicieron, y como ex director del FSB, lo sé con certeza: trabajábamos con agentes dobles, que nos informaban de qué tareas les asignaban los servicios especiales occidentales. Pero ¿por qué tuvieron que hacerlo? Por el contrario, tendrían que haber tratado a Rusia como a un posible aliado, con la finalidad de fortalecerla. Sin embargo, hicieron lo opuesto: intentaron que el colapso del país fuera aún mayor».

Lo que nos conduce a la tercera idea, directamente relacionada con la situación actual: aquellos objetivos de hace un siglo, actualizados en los años noventa, son los que aún hoy en día guían la política occidental hacia Rusia: «En 1991 nos dividimos en doce partes, si no me equivoco. Pero tengo la impresión de que esto no es suficiente para nuestros socios. En su opinión, Rusia es demasiado grande, hoy que los países europeos se han convertido en pequeños estados. Ya no grandes imperios, sino pequeños estados de 60-80 millones de habitantes. Pero incluso después del colapso de la Unión Soviética, cuando solo nos quedan 146 millones, seguimos siendo demasiado grandes. Me parece que solo así se puede explicar una presión tan constante».

Y la cuarta y última idea clave del discurso de Putin es que esta desintegración de Rusia solo puede conseguirse con ayuda del «enemigo interno»: «… si hablamos de historia, quiero recordar qué han dicho nuestros oponentes durante siglos: Rusia no puede ser derrotada, solo puede ser destruida desde dentro. Es esto lo que se hizo con éxito durante la Primera Guerra Mundial o, para ser más exactos, tras su final, así como en los años noventa, cuando hicieron que la Unión Soviética se desmoronara. ¡Desde dentro! ¿Y quién lo hizo? Aquellos que sirvieron a intereses ajenos a los intereses del pueblo ruso y de los demás pueblos del Imperio Ruso, de la Unión Soviética y de la Federación Rusa de nuestros días».

El temor de Putin proviene, en gran parte, de su valoración de la desintegración de la Unión Soviética, proceso que en más de una ocasión ha calificado de «tragedia». Así, por ejemplo, Putin afirmaba en un documental emitido recientemente a través de una cadena rusa de televisión que la desaparición de la URSS había representado para él «la misma tragedia que para la inmensa mayoría de los ciudadanos del país. Después de todo, […] [supuso] el colapso de la Rusia histórica, bajo el nombre de Unión Soviética. [...] Nos hemos convertido en un país completamente diferente y lo que habíamos conseguido a lo largo de mil años, en gran medida lo hemos perdido».

Las peores pesadillas de Putin están esbozadas en algunas obras escritas por Brzezinski durante los años noventa. En dos de ellas, por ejemplo, proponía la creación de «una débil confederación rusa —compuesta por una Rusia europea, una República de Siberia y una República del Lejano Oriente— también encontraría más fácil cultivar relaciones económicas más estrechas con Europa, con los nuevos estados de Asia Central y con Oriente, lo que aceleraría así el propio desarrollo de Rusia. Cada una de las tres entidades confederadas también sería más capaz de aprovechar el potencial creativo local, sofocado durante siglos por la pesada mano burocrática de Moscú».

Otras referencias directas o indirectas a la posible desintegración de Rusia

A lo largo de los años, Putin ha hecho varias referencias a la crisis yugoslava de los años noventa. En general, ha utilizado este caso para mostrar cómo Occidente se negó sistemáticamente durante la época de Yeltsin a tomar en consideración los intereses y susceptibilidades de Rusia. Así, en 2014, en el periodo álgido de la crisis ucraniana, el presidente ruso señaló que la OTAN había violado la ley internacional al atacar a la República Federal de Yugoslavia sin la sanción del Consejo de Seguridad de la ONU. Además, utilizó el caso de Kósovo para sugerir que Occidente estaba utilizando distintas varas de medir al favorecer la secesión unilateral de Kósovo y rechazar la de Crimea. Durante la conferencia de prensa del 23 de diciembre de 2021, ha seguido utilizando argumentos muy similares: «Es lo que ocurrió en Yugoslavia en 1999; lo recordamos bien. Resultaba difícil creer, yo mismo no podía creer lo que veía, pero a finales del siglo XX, una de las capitales europeas, Belgrado, era bombardeada durante varias semanas, a lo que siguió una auténtica invasión. ¿Es que hubo alguna resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre este tema que permitiera tales acciones? Absolutamente, no».

Aunque hasta hace poco la posibilidad de que Rusia acabara desintegrándose puede no haber sido tomada en serio por el presidente ruso, sí se encuentra una alusión a ella en la «línea directa»12 de abril de 2014, cuando dijo: «Fíjense en lo que hicieron con Yugoslavia: la cortaron en pedacitos, y ahora manipulan allí todo lo que se puede manipular. Y se puede manipular casi todo. En principio, por lo que se ve, es lo que querrían hacer también con nosotros».

A esa misma idea de una posible «desintegración a la yugoslava» de Rusia hacía referencia Putin en una reciente entrevista (diciembre de 2021): «El trágico ejemplo de Yugoslavia sugiere que si lo que le ocurrió a Yugoslavia nos ocurriera a nosotros, las consecuencias para Rusia, teniendo en cuenta el carácter de los rusos y de los demás pueblos que viven en Rusia, serían quizá aún más duras y sangrientas que las que acompañaron la desintegración de Yugoslavia». Es la misma pesadilla, la misma obsesión que siete años antes, aunque el tono parezca ahora muy diferente. En 2014, se trataba de un peligro que existió en su momento (en los años noventa), pero que se había conseguido conjurar. En 2021, las nuevas alusiones al caso yugoslavo sugieren que, para el presidente ruso, se trata otra vez de una posibilidad real.

También en diciembre de 2021, durante una reunión del Consejo para el Desarrollo de la Sociedad Civil y de los Derechos Humanos, el director de cine Aleksandr Sokúrov propuso «dejar en libertad a los que ya no quieren vivir con nosotros», en referencia a los pueblos musulmanes del norte del Cáucaso. La respuesta de Putin revela algunos de los fantasmas que lo atormentan: «¿Es que acaso el pueblo ruso, de cuyos intereses usted acaba de hablar, está interesado en el debilitamiento y la desintegración de la Federación Rusa? ¿Es que seguiría siendo Rusia, que surgió como país multinacional y multiconfesional? ¿Quiere usted que nos convirtamos en Moscovia? Es lo que querrían conseguir en la OTAN».

Desconfianza hacia Occidente

Uno de los elementos más característicos del pensamiento político de Putin es su profunda desconfianza hacia Occidente, por el que se siente engañado y del que siempre espera lo peor. Lo explicaba con claridad en 2014, en un discurso solemne ante la Asamblea Federal: «nos engañaron una y otra vez, tomaron decisiones a nuestras espaldas, nos pusieron frente a hechos consumados. Ese fue el caso de la expansión de la OTAN hacia el este, con el despliegue de infraestructura militar junto a nuestras fronteras. Todo el tiempo nos decían lo mismo: “no es asunto tuyo”. Resulta fácil decir que no es asunto nuestro. Lo mismo sucedió con el despliegue de sistemas de defensa antimisiles. A pesar de todas nuestras aprensiones, el proceso se ha puesto en marcha. Fue también el caso de las interminables negociaciones sobre cuestiones de visados, o con las promesas de competencia leal y libre acceso a los mercados mundiales». Como ha señalado Pilar Bonet, en su momento Putin «quiso que lo quisieran y no lo quieren […] y ahora ya no quiere que le quieran; le da igual». Es un deseo de aceptación por Occidente que, al no ser satisfecho, ha generado una profundísima desconfianza. Por ello, cuando Putin busca acuerdos con Occidente no lo hace porque confíe en que la otra parte cumplirá, sino para evitar males mayores. Por puro pragmatismo.

Para Putin, Occidente es fundamentalmente hostil a Rusia y, a pesar de su insistencia sobre los valores que defiende, siempre está dispuesto a renunciar a ellos si se trata de causar daño a Moscú. Es la idea del «doble rasero», a la que el presidente ruso ha hecho alusión en muchas de sus intervenciones públicas. Incluso en un tema tan sensible para los países occidentales como es el terrorismo, Putin entiende que Occidente puede hacer excepciones y mostrar simpatía hacia grupos de este tipo, siempre que actúen contra Rusia e intenten socavar su integridad territorial: «los que pelearon contra nosotros en el Cáucaso, incluso bajo la dirección de Al Qaeda, con su dinero y con sus armas en la mano, incluso los propios militantes de Al Qaeda que participaron directamente en las hostilidades, son luchadores por la democracia».

Aunque él mismo utiliza a menudo la expresión «Occidente» (Západ), para Putin es sinónimo de Estados Unidos. O de la OTAN, que él no ve sino como una correa de transmisión de la voluntad política norteamericana. En la conferencia de prensa del 23 de diciembre hubo algunas alusiones a Francia y Alemania, pero ninguna de ellas sugería la existencia de un interés particular por la postura de estos países, o un deseo claro de buscar su simpatía y benevolencia. Sí tuvo buenas palabras para Italia («Entiendo que las relaciones entre Italia y Rusia, si no ejemplares, son al menos buenas y estables»), aunque las matizó indicando que es a Berlusconi a quien se debe el ambiente positivo que llegó a crearse entre ambos países y recordó que, Italia, en cualquier caso, es un país miembro de la OTAN y de la Unión Europea. Una Unión Europea que, en el pensamiento de Putin, no es en ningún caso un actor geopolítico coherente y autónomo. El portavoz del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, María Zajárova, explicaba el 30 de diciembre que «... para los Estados miembros de la UE [...] que son al mismo tiempo miembros de la OTAN es la Alianza la que sigue siendo ‘la base de su defensa colectiva y foro para su implementación […]. En este sentido, no se entiende bien el sufrimiento del jefe de la diplomacia europea por la no participación de la UE en los debates sobre garantías de seguridad en Europa. Ustedes aceptaron voluntariamente ceder su soberanía en favor de que las decisiones se adoptaran por Estados Unidos, bien en solitario, bien bajo el paraguas de la OTAN, pero en cualquier caso por Estados Unidos». Sin duda, Zajárova expresaba lo que la diplomacia rusa entiende que es la visión del propio presidente Putin.

La herencia que dejará Putin

A mediados de diciembre, Aleksandr Baunov, un conocido analista ruso, comentaba que «cada vez más, Vladímir Putin está calculando el resultado final de su época […] dentro de la historia de Rusia». En lo fundamental, el presidente ruso ha alcanzado ya los objetivos que se planteaba hace veinte años y su mayor preocupación actual es si podrán sostenerse las posiciones actuales. Aunque con frecuencia Putin ha sido descrito como un político revisionista, en esta fase final de su carrera parece un hombre profundamente conservador, cuyo objetivo principal consiste en preservar el statu quo.

En efecto, Putin teme que después de él llegue el diluvio, que mucho de lo que ha conseguido durante su mandato se evapore cuando él ya no esté al mando. Y, en sus peores pesadillas, teme que la propia existencia de Rusia llegue a estar en peligro. Las dos revoluciones ucranianas (2005 y 2013-2014), los disturbios en Bielorrusia (2021) y la actual crisis kazajistana lo reafirman en su creencia de que Occidente no descansa en su intento de aislar a Rusia de su entorno para, después, acabar con la propia Rusia utilizando recetas cuya eficacia ha sido probada en otros países.

Putin siente que debe aprovechar los años que le quedan al frente del estado para poner a Rusia a salvo de grandes peligros, entre los cuales la posibilidad de que el país acabe desintegrándose ocupa un lugar muy destacado. Para intentar comprender cuáles pueden ser sus futuros pasos un enfoque adecuado sería considerar que el presidente ruso es un decisor básicamente racional. Como señalaba hace pocas semanas, el conocido analista ruso Dmitri Trenin, «a pesar de la predilección de los medios occidentales por describir a Putin como imprudente, es, de hecho, cauteloso y calculador, particularmente cuando se trata del uso de la fuerza». No es, en ningún caso, «alérgico al riesgo», como lo demuestran sus acciones en Chechenia, Crimea y Siria, siempre que entienda que el riesgo que asume es proporcional a los beneficios que espera obtener o a los peligros que quiere evitar.

El mismo Putin lo explicaba en la conclusión del documental "Rusia. Historia contemporánea" (diciembre de 2021): «Incluso cuando adoptas decisiones muy difíciles, que a primera vista pueden incluso considerarse arriesgadas, si en tu interior estás convencido de que tienes razón, de que actúas exclusivamente en interés del pueblo ruso, esto a fin de cuentas resulta ser una opción correcta, una opción que da frutos auténticos, frutos que se reflejan en el reforzamiento del estado ruso».

Este artículo fue publicado originalmente por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE). Puede leerse con todas las referencias bibliográficas pulsando AQUÍ