Francisco Javier Verdera

Opinión

"Juegos de guerra" no se rodó en Ucrania sino en Estados Unidos

Profesor de Derecho Internacional Económico del Master de Negocios Internacionales de EAE Business School.

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Recreación de una batalla con alusión a una partida de ajedrez.
Recreación de una batalla con alusión a una partida de ajedrez.

Lo que está ocurriendo con Ucrania me recuerda mucho a la película "Juegos de guerra", pero con un juego mucho más complejo, a la vez que sutil, que una guerra nuclear total. Y de consecuencias, por supuesto, más impredecibles en todos los frentes, más allá de lo que le pueda ocurrir a la pobre Ucrania.

Desde que sus políticos decidieron virar a occidente, los ciudadanos ucranianos viven los acontecimientos recientes, y los de los últimos años, con una mezcla entre resignación e impotencia.

¿Cómo hemos llegado hasta este punto y por qué?

Desde el minuto cero de la caída del telón de acero, la Alianza Atlántica ha ido extendiéndose, acercándose y cercando inexorablemente a la Federación Rusa. Hasta casi sentir el aliento de su rival en la nuca de Rusia.

Por otra, Rusia ha ido tomado posiciones y ocupando regiones estratégicas de Ucrania. Tanto abiertamente –caso de Crimea– como de forma velada, caso de las regiones prorrusas de Donetsk, Járkiv y Lugansk. Y justifica dichas acciones argumentando que el avance de occidente no le deja otra opción.

Ucrania es un mero tablero de ajedrez, sin más capacidad que la de decidir si sigue virando a occidente, hasta incluso solicitar su entrada en la OTAN. O si termina, finalmente, capitulando y admite dócilmente ser dominada por su gigante vecino.

¿Qué nos jugamos?

Éste es un extraño ajedrez en el que no juegan dos, sino cuatro. Por una parte, Estados Unidos y en frente, la Federación Rusa. Estados Unidos es un país fuerte, quizás con un liderazgo no muy fuerte, todavía víctima del populismo. Y Rusia es una potencia que puede acabar siendo menguante pero todavía está ahí. Y cuenta con un liderazgo fuerte y centralizado casi exclusivamente en el nuevo zar.

También hace como que juega la Unión Europea, en este complejo tablero. Aunque más que jugar, se la juega. Puede acabar perdiendo en sus relaciones comerciales con Rusia, que de momento son muy ventajosas para la UE. Y puede que los ciudadanos europeos no estén dispuestos a apoyar un conflicto armado desde la comodidad de sus casas, agitados por una eficiente desinformación a través de las redes sociales y las hebras tejidas en el internet profundo, que tan bien parece manejar Rusia.

Y en la sombra presencia el desarrollo del juego una creciente potencia, a la espera de mover también sus fichas, quizás con la vista puesta en la díscola Taiwan, y quién sabe si en Corea del Sur o Japón. China confirmará si occidente está dividido y es débil. Y aprenderá la lección, tomando sus propias decisiones en función de lo que ocurra en los próximos meses. O años.

Occidente confía en que la amenaza será suficiente para parar el conflicto. Pero este conflicto no puede parar desde la lógica rusa, dado que el tiempo juega en su contra. De la misma forma que ha jugado en su contra la expansión hacia el este de la OTAN. O de la forma que el paso del tiempo acabará afectando a la sostenibilidad económica de Rusia (muy dependiente de sus exportaciones de petróleo y gas) la transición hacia las energías renovables y a la movilidad eléctrica en un mundo deseoso por reducir sus emisiones de CO2.

Además, es muy probable que este conflicto no se juegue con armas, con las de toda la vida. Es más que probable que se juegue con sanciones económicas y comerciales, por una parte. Que serán respondidas con propaganda, ciberataques y con una política de hechos consumados por otra (por ejemplo, si continua la invasión prorrusa de Ucrania, ya sea con soldados uniformados o con paramilitares, da igual).

La Federación Rusa está más preparada que occidente para el tipo de conflicto que tiene en mente. En primer lugar, es Rusia la que sabe qué pasos va a dar. Y qué tipo de juego de guerra está dispuesta a desplegar. En segundo lugar, Rusia sabe jugar muy bien sus cartas, en particular frente a los flancos débiles que evidencian la democracia, los derechos humanos y el multilateralismo soñados por occidente. Quizás el Brexit, el efecto de la propaganda y la desinformación en ciertas elecciones, los separatismos o algunos ciberataques a instituciones, grandes empresas e infraestructuras, sean una muestra de ello.

Alguien comparó la crisis de Ucrania con la crisis de los misiles de Cuba de los sesenta. Ojalá fuese la cosa tan sencilla. En aquella época, la Unión Soviética jugaba sólo desplegando misiles. Pero como he dicho al principio, la situación actual es mucho más compleja y se juega con armas muy diferentes. Y en la que Europa es otra vez la víctima, atrapada entre dos (o tres) frentes.

Para occidente, como concluyó el ordenador NORAD – alias Joshua - en la película "Juegos de Guerra (War Games)",el único movimiento para ganar es no jugar’.

Por desgracia, para Rusia, el no jugar significa -en el medio plazo- perder. Económicamente, políticamente, o militarmente.

Y pase lo que pase, la Unión Europea apoyará a Ucrania desinteresadamente. No le interesa perder su excelente balanza comercial con Rusia, ni perder la llegada de gas ruso. Pero le interesa de igual forma mantener una zona de segura de prosperidad, democracia y paz, tanto en Europa del Este, como en la ribera mediterránea. Pero no puede hacer otra cosa que apoyar a Ucrania, aunque sea tímidamente. Esperemos que para bien de todos.