Miguel Angel García

Opinión

El nuevo Plan de Analogización para nativos digitales

Director de Escudo Digital

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El día de ayer, más allá del susto o de las consecuencias que haya podido tener el apagón para cada caso, nos sirvió para levantar la cabeza de las pantallas luminiscentes y, ante la imposibilidad de seguir mirándolas, dedicarnos a pensar durante un rato, lo cual, los que empezamos a acumular años nos sirvió para recordar viejas sensaciones y, a los más jóvenes, para desesperarse o para descubrir nuevos mundos.

También ayer tuve que entrar a una farmacia un tanto aislada en busca de ayuda para mis alergias primaverales y allí me encontré con una dependencia a oscuras (lo esperado) y a una joven farmacéutica sentada en una silla viendo pasar las horas. Esta me dijo que no me podía atender si no llevaba efectivo (no lo llevaba), aunque más allá de este hecho esperado lo que llamó mi atención es que tras al menos tres horas de apagón, ella aún no supiera absolutamente nada de lo que estaba sucediendo. Entonces fue cuando le pregunté si no tenía un transistor, y tras aclararle que eso es otra forma de llamar a un aparato de radio, alimentado con pilas, me respondió que jamás había visto uno, y que lo más que hacía, algunas veces, cuando estaba en casa es ponerse alguna emisora musical a través de su televisor.  Y ahí estaba la chica, sentada, sin saber si se había ido la luz sin más razones, si estábamos siendo víctimas de una tormenta eléctrica, de un ataque alienígena... simplemente aguardando con paciencia tibetana a que su teléfono móvil volviera a conectarla a lo que pudiera quedar en pie de su mundo tras esas horas de incertidumbre.

Esta anécdota me llevó a recordar -tampoco yo podía acceder a mi ordenador, con lo que aproveché para pensar en otras cosas- la lucha sin cuartel que mantienen distintos colectivos (ancianos, personas con capacidades especiales, etc.) contra las faltas de planes que les ayude a adecuarse al actual proceso de transformación digital que amenaza con excluirles de la sociedad, sin posibilidad de consultar extractos bancarios, hacer trámites públicos o privados con el certificado digital o de sacarse unas simples entradas de cine; una lucha que, a pesar de gozar de ciertas ayudas públicas y privadas, van perdiendo poco a poco, ante la constante oleada de novedades tecnológicas que les va depositando a miles de kilómetros de las criptomonedas o de la inteligencia artificial predictiva o generativa. Pero no me acordé de todos ellos con miedo o tristeza, como tantas veces en los últimos años, sino que lo hice pensando que “ayer era su día”, el día en el que muchos de estos candidatos a “analfabetos digitales” se apañaron mejor que nadie, con sus viejos transistores, sus cajas de pilas, velas y linternas, para salir adelante frente a la incapacidad de los llamados nativos digitales, quienes, como la joven farmacéutica, quedaron atrapados por el silencio ante su desconocimiento de cómo funcionaba el viejo mundo.

Lo sucedido ayer fue la prueba más clara de que el tránsito del mundo analógico al digital no solo es un camino de ida sino que tiene retorno, y del mismo modo que cabe ayudar a las generaciones nacidas en tiempos anteriores a la digitalización a cruzar hasta esta nueva era, se debe enseñar a los más jóvenes a trasladarse a tiempos anteriores en los que palabras como Instagram, Twitter, Facebook o Realidad Virtual no significaban ni servían para absolutamente nada. Esto no es una excentricidad ni un juego fácil de palabras o de ideas, es una necesidad real que desde las instituciones públicas y desde las asociaciones y fundaciones privadas se debe cubrir sin complejos (no pasa nada por admitir que necesitamos un una vía de escape por si acaso, sino más bien todo lo contrario) y poner en marcha tan pronto como sea posible un Plan de Analogización para nativos digitales que nos permita a todos tener un conocimiento básico para casos de supervivencia. Seamos prácticos y aprendamos de lo sucedido en días como el de ayer para evitar males mayores. Seguro que al instagramer, youtuber o influencer de turno (ayer todos tan apagados como sus teléfonos móviles) les va a costar muy poco aprender a encender un aparato de radio, a conectar un teléfono fijo o a adaptar sus viviendas domotizadas al modo mecánico (eso de no poder subir o bajar persianas, o de que no se abra la puerta del garaje…) Es cuestión de que todos nos sentemos un ratito, con ayuda de las instituciones, y nos expliquen aquello que nos falta por entender para que en ninguna circunstancia nos quedemos excluidos, socialmente desconectados.  

Por cierto, la joven farmacéutica me dejó llevarme mis pastillas aun sin pagárselas (cosa que haré hoy) en lo que fue una muestra más de que a analógicos y digitales, por mucha distancia que parezca que nos separe, nos une fundamentalmente un sentido de la responsabilidad y de la solidaridad que sale a relucir en los peores días.