Oscar Ruiz -Escudo Digital.

Opinión

Occidente apuesta a doble o nada con la contraofensiva ucraniana

Experto en migraciones y analista internacional.

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Mujer soldado del ejército ucraniano.
Mujer soldado del ejército ucraniano.

La asonada que tuvo lugar la semana pasada por el grupo mercenario ruso Wagner, con su líder a la cabeza Yevyeni Prighozin, hizo creer al mundo de que se gestaba una guerra civil en la mismísima Rusia, con la esperanza para muchos occidentales de que esto pudiera ser el fin del presidente, y principal alentador de la invasión rusa a Ucrania, Vladimir Putin.

Comenzaron entonces las teorías conspiracionistas colocando a Prighozin bajo la tutela y nómina de Occidente en un supuesto intento de derribar al implacable presidente y jefe del Estado ruso (Estados Unidos tenía más información sobre el levantamiento de Wagner que la propia Rusia, pero eso no significa necesariamente que lo apoyara de alguna manera), sin tener en cuenta que el remedio sería probablemente peor que la enfermedad, y finalmente, por suerte (o por desgracia), el motín acabó con la rendición y expatriación pactada del líder de los mercenarios a Bielorrusia y el perdón generalizado a los mandos y soldados de Wagner, incluyendo su posible inclusión y reciclaje futuro en el ejército regular ruso.

Las opciones que tenía Prighozin, después de que Putin se negase a llevar a cabo las exigencias del líder de Wagner (destituir al Ministro de Defensa ruso Shoigu, y al general Gerasimov), se volvieron escasas debido principalmente a que el número de mercenarios no era suficiente para tomar Moscú, que estaba fuertemente defendido, y probablemente tampoco pudiera retener mucho tiempo la ciudad de Rostov, ciudad cercana a la frontera con Ucrania y que los mercenarios tomaron con bastante facilidad. Ningún general u otro alto mando se unieron a la rebelión, y a sabiendas del fracaso de la misma, todos se posicionaron públicamente del lado del presidente Putin. Aun así, para evitar ni siquiera el enfrentamiento entre ciudadanos rusos, el FSB (Servicio Federal de Seguridad) descendiente directo del conocido KGB, tomó cartas en el asunto y comenzó a desmembrar el grupo desde dentro, confiscando primero enormes cantidades de dinero que el grupo usaba para pagar nóminas y otros gastos de personal, y pasando luego a la intimidación directa de los mercenarios que estaban tomando parte en la rebelión, obligando a estos familiares a llamar y pedir a sus hijos, padres, hermanos y esposos que abandonaran tal aventura.

Toda esta reciente montaña rusa de golpes de Estado, rebeliones, estados de alerta, convoyes de mercenarios armados para Moscú y supuestas malas noticias para el Kremlin, han hecho olvidar a los medios de comunicación generalistas y opinión publica el asunto más importante desde que comenzara la invasión rusa aquel 24 de febrero de 2022: la contraofensiva ucraniana para recuperar todos los territorios perdidos, incluyendo los del 2014.

¿Contraofensiva lenta o abocada al fracaso?

La rebelión de Wagner contra el Kremlin fue muy corta, tan corta que no tuvo incidencias en el campo de batalla ucraniano. Y por eso la “joven” y esperada contraofensiva ucraniana sobre las posiciones rusas en este país no se ha visto alterada por este asunto. Con menos de un mes desde que comenzara son muchos los titulares de medios occidentales los que califican ya esta ofensiva de Kiev como fracaso o simplemente derrota ucraniana, alimentando esta sensación el propio presidente Zelensky, quien ha afirmado que los resultados llegan “más lento de lo esperado”.

El pesimismo generalizado sobre este ataque de Kiev no está fundamentado, al menos de momento. Y es que, al contrario de aquellos ataques relámpago que los norteamericanos realizaron en Irak, donde se hicieron con un país en cuestión de semanas, los ucranianos no cuentan con la enorme diferencia tecnológica entre bandos que existió en aquella guerra ni tampoco la fundamental y necesaria superioridad aérea que una contraofensiva de este calibre requiere. Por otro lado, no es posible rodear los más de 1.200 kilómetros de fortificaciones defensivas rusas, que de otra manera tendrían que ser atacadas desde la propia Rusia. Problema: EE.UU. no permite utilizar el material militar facilitado a Kiev para atacar territorio ruso por miedo a una escalada en el conflicto, lo que impide esta acción.

La construcción de la “Línea Defensiva Surovikin” en los últimos siete meses ha multiplicado la dificultad de esta ofensiva por la cantidad de fortificaciones defensivas y campos de minas alrededor de estas. El aumento de soldados rusos en el frente ucraniano es notable y existe otra razón de peso para que el avance sea lento: los mandos militares ucranianos, al contrario que su contrapartida rusa, quieren minimizar las bajas entre sus soldados, por lo que una menor exposición también supone un menor ritmo de avance.

En definitiva, en esas circunstancias, ningún país de la OTAN podría avanzar mucho más rápido que los ucranianos, especialmente sin superioridad aérea.

Aunque la toma de la provincia de Kharkiv el septiembre pasado por parte del ejército de Zelensky solo fue cuestión de días, eso no es lo normal en una ofensiva; de hecho, la toma de la ciudad de Kherson le llevó a Ucrania más de dos meses.

La misión de Occidente en esta importante contraofensiva es la de ayudar, más si cabe, al ejercito ucraniano. Los cazabombarderos F-16 llegarán tarde para esta ofensiva, al igual que los carros de combate Abrams, los muy deseados vehículos anti-minas y los misiles de largo alcance (ATACMS) que el presidente Biden se resiste a enviar a Kiev, de nuevo por miedo a cruzar una línea roja.

Un fracaso total o parcial de esta contraofensiva podría significar el establecimiento de un conflicto congelado en esta región debido a unas negociaciones precipitadas. Sin embargo, un éxito en esta ofensiva significaría, además de la recuperación de mucho territorio ucraniano perdido, que el régimen de Putin se tambaleara, y cayera definitivamente.