La propaganda, un arma poco secreta de toda guerra

Guerra de cifras, manipulación de hechos, censura… el control de la información resulta vital para los contendientes.

Antonio M. Figueras

Periodista y escritor.

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Asistimos en esta globalización de las imágenes y los hechos de las guerras a una brutal ceremonia de la confusión.
Asistimos en esta globalización de las imágenes y los hechos de las guerras a una brutal ceremonia de la confusión.

Los lugares comunes adornan con frecuencia los discursos políticos o los mensajes periodísticos, como que la verdad es la primera víctima de la guerra. Es una metáfora narcisista de teóricos sin humanidad. La primera víctima de cualquier batalla siempre es un soldado o un civil. Literal. Porque comparar vidas con mentiras puede resultar poco afortunado, siendo benévolos.

Una vez acordado que la información y sus tretas no son el centro del universo, se puede repasar el uso de la propaganda en tiempos de guerra en todas sus vertientes: la guerra de cifras sobre bajas, la utilización de prisioneros o rehenes, la manipula­ción y ocultación de datos, la invención de acontecimientos, la cen­sura, la expulsión de periodis­tas… todo ello con la colaboración más o menos entusiasta de los medios.

Con la propaganda, poca broma. El III Reich dispuso que al frente del Ministerio Imperial para la Ilustración Popular y Propaganda estuviera Joseph Goebbels. Lo que sin lugar a dudas ha modificado los paradigmas informativos sobre las contiendas bélicas (comprobado con las invasiones de Ucrania y de Gaza) han sido las redes sociales, utilizadas también por los servicios de inteligencia de los contendientes y sus aliados.

Lejos de estar más cerca de la realidad, asistimos en esta globalización de las imágenes y los hechos a una brutal ceremonia de la confusión. Después de tantas versiones y réplicas no hay certeza absoluta de lo qué paso con los bebés que se dijo había decapitado Hamás. Habrá también quien dude de la autoría del misil que provocó algún centenar de muertos en el hospital Ahli Arab. Israel y Estados Unidos atribuyen a la parte palestina el lanzamiento del proyectil, version aceptada por la mayoría de los medios occidentales. Aunque se ha planteado si los misiles de fabricación casera tienen capacidad de provocar tanto daño.

¡Recordad el Maine!

La propaganda es un arma mortífera que han utilizado todos los ejércitos, con mayor o menor fortuna. Es el manejo del “relato”, que se dice ahora. En 1898, la explosión del acorazado Maine, en aguas de La Habana, favoreció que el Gobierno y la opinión pública de Estados Unidos culparan a España de esa acción. Lo cierto es que a partir de ese momento la Guerra de Cuba, que se libraba en la isla entre españoles e independentistas cubanos desde 1895, cambió su curso. Estados Unidos se mostraba favorable a intervenir en favor de los rebeldes. La destrucción de su navío espoleó a la prensa sensacionalista, que acusó desde el primer momento a los españoles. La ciudadanía estadounidense clamaba por una respuesta militar.

La Marina de EE.UU. creó una comisión de investigación que determinó que la explosión de una mina colocada bajo el barco podría haber causado el desastre. El informe fue clave para declarar la guerra a España. El lema era “¡Recordad el Maine y al infierno con España!”. La incipiente potencia militar estadounidense barrió la presencia española en Cuba.

En las conclusiones de las investigaciones no se señalaba directamente a España. Hubo otras hipótesis, como que fueron los independentistas cubanos para implicar a Estados Unidos, o los propios oficiales del Maine para culpar a los españoles y favorecer la entrada en la guerra. En España tomó forma la teoría de que fue una maniobra de William R. Hearst, uno de los magnates de los medios de comunicación, que impulsó la campaña de difamación contra España en 1898.  El lugar común en España durante muchos años fue que los propios nortemericanos habían hundido el Maine y así tener una excusa para entrar en la guerra.

En la actualidad, la mayoría de los expertos se inclina por un accidente como origen de la explosión. Pero lo que publicaron los medios sigue impreso. Este capítulo de la historia ilustra el “hooliganismo” de los periódicos de entonces. ¿Y los de ahora?

Ataque a Pearl Harbor

Hay otro episodio en la historia militar de Estados Unidos que podría asemejarse al de la explosión del Maine, en cuanto a provocar, por acción o dejación, un contexto determinado favorable a una estrategia. Fue el ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Aviones japoneses atacaron la base en Hawái. Distintos historiadores afirman que los informes de inteligencia habían avisado del peligro.

De Imperial Japanese Navy - Official U.S. Navy photograph NH 50930., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=223876
De Imperial Japanese Navy - Official U.S. Navy photograph NH 50930., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=223876

Los amantes de las teorías conspirativas (los llamados conspiranoicos ya existían antes de la pandemia del COVID-19) afirman que el presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt sabía qué se iba a producir el ataque y que no quiso tomar medidas para evitarlo. El motivo que esgrimen los partidarios de esta teoría es que el bombardeo de Pearl Harbor posibilitaba entrar en la II Guerra Mundial en auxilio del Reino Unido. Algunos historiadores señalan que había señales de que Japón estaba preparando un ataque, pero que la excesiva confianza evitó asumir los riesgos. Y que, por supuesto, Roosevelt no sabía nada de nada. Las dudas sobre la explosión del Maine y el ataque a Pearl Harbor muestran que los ciudadanos estiman que sus mandamases están dispuestos a mentir y a diseñar estrategias para poder responder militarmente.

Good morning, Vietnam

La de Vietnam fue la primera guerra televisada. Y radiada. Hasta el punto de que hubo quienes llegaron a pensar que eso contribuyó a que se perdiera. A diferencia de la II Guerra Mundial y de la Guerra de Corea, en Vietnam la censura militar fue más benévola, pero los enviados especiales tuvieron que calibrar los mensajes recibidos para detectar la información deliberadamente falsificada proceden­te de fuentes oficiales.

La prensa occidental mostró con toda su crudeza el horror de la guerra y su inutilidad. En la opinión pública fue calando la oposición a la intervención. Y a Richard Nixon no le quedó otro remedio que ceder a la presión (militar y social). Pero Estados Unidos aprendió la lección. Nunca más libertad de información sobre guerras futuras.

Primera Guerra del Golfo, el valor de las imágenes y de las palabras

Otro tópico desmontado en la I Guerra del Golfo: una imagen va­le más que mil palabras. Las luces y los fuegos artificiales sobre el cielo de Bagdad en enero y febrero de 1991 se convirtieron en una especie de foto fija sin sustancia. Los periódicos se impusieron a la televisión. Y eso que Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de EE.UU., había anunciado en rueda de prensa que esta iba a ser la guerra de la que más libremente iba a informar la prensa. Parecía que existía voluntad de colaborar con la tribu mediática. Las imágenes que nos llegaron, sin embargo, siempre fueron a posteriori y con escasa relevancia: ciudades tomadas, soldados rin­diéndose. No se filmaron cadáveres y la difusión estaba sujeta a que no pusiera en peligro el éxito de la operación.

Lo que iba a ser la primera guerra retransmitida en tiempo real resultó un timo desde el punto de vis­ta del espectador. Tras las diez primeras misiones aéreas, hasta el propio presidente George Bush (el padre) mostró su desencanto por la falta de datos sobre el resultado de los bom­bardeos. Realmente hubo mucho despliegue informativo, pero no se supieron cuántos soldados aliados mu­rieron, cuántos iraquíes, cuántos civi­les. Ni lo que sucedió en la llamada auto­pista de la muerte que une Kuwait City con la frontera sur de Irak.

Alguien contó que los bulldozers norteamerica­nos sepultaron vivos en sus trincheras a cientos, o quizá miles, de soldados iraquíes. Dicen los periodistas allí enviados que cuando requerían información sobre los ca­dáveres de los enemigos, los militares estadounidenses, convenientemente adiestrados, contestaban: “¿Qué cadáveres?”. El filósofo francés Jean Baudrillard escribió ciertos artículos en el diario “Liberation” en los que afirmaba que la Guerra del Golfo no había tenido lugar.

Una de las imágenes más simbólicas de aquella guerra fue la de un cormorán embadurnado de petróleo que agonizaba en aguas del Golfo Pérsico por culpa de los incendios de los pozos ordenados por Sadam Husein para frenar la ofensiva aliada. Pues no era verdad. El animal había sido víctima de una marea negra en aguas del norte de Europa.

A Somalia llegaron antes las cámaras que los marines

Sí, así sucedió. A Somalia llegaron antes las cámaras que los marines con el propósito de rodar una especie de superproducción. El desembarco, en las Navidades de 1992, fue retransmitido en directo. Pero luego se fue la luz. Mu­chos de los testigos volvieron a sus ca­sas, aunque todavía quedaron algunas cáma­ras para filmar el derribo de un heli­cóptero y los hechos posteriores: una multitud arrastraba los cadáveres de algunos de sus ocupantes por las calles de Mogadis­cio. Esto ya era octubre de 1993. Pero nadie dejó constancia de la huida de los soldados norteamerica­nos. Nadie estuvo allí tampoco para relatar las torturas y violacio­nes a menores que practicaron algu­nos cascos azules belgas.

Un helicóptero Black Hawk transporta soldados desde Bagram Airfield a Ghazni, Afganistán, en julio de 2004. De Staff Sgt. Vernell Hall, U.S. Army - Esta imagen ha sido realizada por el Ejército de Estados Unidos con el número identificatorio 040726-A-1300H-038. Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=20801658
Un helicóptero Black Hawk transporta soldados desde Bagram Airfield a Ghazni, Afganistán, en julio de 2004. De Staff Sgt. Vernell Hall, U.S. Army - Esta imagen ha sido realizada por el Ejército de Estados Unidos con el número identificatorio 040726-A-1300H-038. Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=20801658

11S y II Guerra del Golfo

La guerra que desató Bin Laden el 11 de septiembre de 2001 con sus ataques en Estados Unidos tuvo también su repercusión en la política informativa. Se ocultaron deliberadamente los cadáveres de las Torres Gemelas. Ese apagón informativo sobre imágenes de las víctimas tuvo su continuación en el atentado de Londres del 7 de julio de 2015. Estados Unidos invadió Afganistán en 2001 para acabar con régimen talibán como respuesta por el 11S. La cobertura de algunos periodistas independientes sobre soldados estadounidenses muertos por “fuego amigo” molestó al Gobierno. 

Memorial World Trade Center en la Zona Cero de los ataques a Nueva York de 2001.
Memorial World Trade Center en la Zona Cero de los ataques a Nueva York de 2001.

La II Guerra del Golfo (2003) fue una especie de segundo capítulo de la guerra de Afganistán, pero cimentada en una gran mentira: el dictador iraquí disponía de armas de destrucción masiva que ocultaba en lugar secreto. Las inspecciones de la ONU no encontraron tal armamento, pero Bush mostró fotografías con esas instalaciones secretas. Tony Blair y José María Aznar secundaron en una cumbre en las Azores los planes de Bush. Y se invadió Irak

El Pentágono decidió diseñar un programa de cobertura in­formativa denominado “embedded” (empotrado). Consistía en incrustar a los periodistas en las unidades mi­litares. Los enviados especiales asigna­dos vivían en el frente.

La guerra de Ucrania

La invasión rusa de Ucrania, el 24 de febrero de 2022 fue consecuencia de la escalada de enfrentamientos entre ambos países. La maquinaria mediática se puso en movimiento y todos los países destacaron enviados especiales a la zona de conflicto. La habitual guerra de cifras y la confusión sobre la autoría de matanzas de civiles y bombardeos salvajes es la tónica desde el principio de la guerra, como siempre.

En España la lucha se trasladó a las redes sociales, con una repulsa generalizada a la intervención rusa, que sin embargo tuvo voces de comprensión entre cierta izquierda. Acusaban al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, de profesar simpatías hacia el nazismo. De hecho, una de sus unidades militares, el batallón Azov, exhibe simbología nazi.

La invasión de Gaza

Puesto militar en el paso fronterizo de Kerem Shalom hacia la franja de Gaza.
Puesto militar en el paso fronterizo de Kerem Shalom hacia la franja de Gaza.

Y la más reciente, la invasión de Gaza (hay cierto pudor entre ciertos informadores en llamar invasión a lo de Ucrania o a lo de Gaza). El interés en España ha decrecido, quizá porque estamos en la vorágine de los pactos con los independentistas y la investidura de Pedro Sánchez. Pero es evidente que resulta harto complicado hacerse una idea de lo que está sucediendo (salvo que mueren muchos civiles, entre ellos muchos niños).

Las versiones sobre los hechos dan vueltas y vueltas. Otro ejemplo, el ataque al hospital AI-Shifa. Los medios se hacían eco de la información israelí sobre que el hospital era cuartel general de Hamás donde había rehenes. Tras la toma del centro, Israel ha admitido que no encontraron presos. ¿A quién creemos?