Lecciones de europeísmo: “Una pica en Flandes. La huella de España en la Unión Europea”

Ahora que España desempeña su quinta presidencia de la Unión es un excelente momento para la lectura de este libro del diplomático Javier Elorza.

Marcos Suárez.

Analista hispanoalemán de relaciones internacionales. Experto en geopolítica. @mssipmann

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"Una pica en Flandes. La huella de España en la Unión Europea”, de Javier Elorza.
"Una pica en Flandes. La huella de España en la Unión Europea”, de Javier Elorza.

“Una pica en Flandes” (Editorial: Penguin. Colección Debate, 2023) es la crónica de las batallas que su autor, Javier Elorza, libró como miembro de la representación permanente de España en Europa, en la que ocupó los principales cargos. Diplomático de carrera, ejerció su trabajo con Gobiernos de distinto color.

Comienza con la fecha clave del 12 de junio de 1985, firma del tratado de adhesión de España a las Comunidades Europeas – desde 1993 Unión Europea – que entraría en vigor el 1 de enero siguiente.

“Las negociaciones en la UE son duras y muy largas. Comités de expertos, jefes de gabinete, Estados, lobbies, ONGs… todos presionan a la Comisión. Pueden pasar dos años entre el inicio y el final hasta que se cierre un acuerdo”, asevera. Contrapone el modelo alemán de negociar –apenas se mueven de las instrucciones recibidas– al español, cada uno con las competencias de su nivel, y por consiguiente más flexible.

Expone que “la negociación no la aprendes en los libros, solo la adquieres con el tiempo, observando a otros hacer su trabajo”. Considera que la negociación permanente es la sal de todos los días y “la deben realizar las personas que están en Bruselas”. Asegura haber tenido bastante margen a la hora de actuar. La única línea roja era el fracaso. “Siempre que se tuviera éxito, en Madrid estaban conformes”.

Había que ser muy hábil. Elorza manifiesta que “si no se discutían nuestras ideas y propuestas se debatirían las de los demás, con afanes no siempre idénticos, y en muchos casos contrarios a los nuestros”. Refiere que “nos denominaron los prusianos del sur, porque éramos como un ejército dispuesto a salirnos con la nuestra”.

Sostiene que la adhesión obligó a comulgar con un acervo de 60 000 páginas con medidas, algunas de ellas, muy indigestas para la economía española. Sin embargo, la liberalización económica movilizó los recursos internos y los destinó a una serie de sectores muy productivos. Por otro lado, se eliminaron monopolios y las prácticas contrarias a la libre competencia. España tuvo que hacer enormes sacrificios para sanear sectores en crisis, como el naval, el metalúrgico, pero se consiguió. De los 20,8 millones de trabajadores asignados a la seguridad social hoy en España, 9 millones son mujeres, casi el mismo número de trabajadores que había en 1985. La integración europea les abrió de manera definitiva las puertas al mercado laboral. España ha multiplicado su renta per cápita. Antes de entrar en la Comunidad no disponía de ninguna multinacional, ahora cuenta con cientos y en los más diversos mercados. Las infraestructuras han experimentado una gigantesca mejora.

España jugó un papel decisivo en momentos cruciales en el proceso de construcción europea. Incluyendo multitud de anécdotas explica de un modo ameno y directo los entresijos de las negociaciones en Maastricht, Ámsterdam, Niza o Lisboa. Los acuerdos de Schengen o la moneda única. Arduas y extenuantes, resultaron siempre en más protagonismo e integración de España en la Unión.

Resalta la brillantez de organización de las dos primeras presidencias rotatorias españolas (1er semestre 1989 y 2º de 1995), ambas con excelentes resultados para España. Entre muchos otros logros cabe subrayar la Declaración de la Gomera (Octubre 1995) sobre la lucha contra el terrorismo. Fue el primer documento adoptado por la UE calificando el terrorismo como amenaza para la democracia, el libre ejercicio de los derechos humanos y el desarrollo económico y social. Y la decisión de celebrar la reunión en esa preciosa isla –aunque bastante incomunicada– convenció a los socios europeos del porqué España quería aprobar un régimen especial para Canarias.

Elogia tanto a Felipe González como a José María Aznar, porque, cada uno, con estilos diferentes, supieron estar a la altura de lo que España requería.

Destaca el olfato político de González que mantuvo una gran amistad con Helmut Kohl a quien respaldó desde el principio en la cuestión de la reunificación alemana. La buena sintonía con el canciller permitió a González sacar adelante el Fondo de Cohesión tan positivo para España y un inmejorable Marco Financiero Plurianual 1993-1999.

De Aznar recalca su empeño en conseguir que España estuviera en el núcleo duro que puso en marcha el euro. La reponderación de votos lograda en el Consejo Europeo de Niza, casi al mismo nivel que los cuatro grandes; o los resultados del Marco Financiero Plurianual 2000-2006, tras una negociación hasta muy entrada la madrugada en Berlín. Nunca simpatizó con el canciller alemán Gerhard Schröder.

González consiguió su gran triunfo en el Consejo Europeo de Edimburgo (Diciembre 1992) y Aznar en Berlín (Marzo 1999). González calificó los resultados de “razonables y satisfactorios” sin dar cifras para no enfadar a su amigo Kohl. Aznar sí detalló su victoria provocando el “odio sarraceno” de Schröder.

Ensalza a los ministros de Exteriores Francisco Fernández Ordóñez (“el mejor de la democracia española”), Carlos Westendorp y Abel Matutes. Y la labor de gran cantidad de funcionarios que trabajaron en favor de los intereses de España.

En cuanto al Ejecutivo europeo agradece al francés Jacques Delors (“un magnífico presidente”) su sensibilidad a las demandas españolas. Por contra, opina que la Comisión del italiano Romano Prodi dejó de ser neutral y no cumplió su función de guardiana de los Tratados.

España fue junto a Alemania el país que más empujó para crear Europol. Nos recuerda además que somos “los padres de la euroorden”. Nuestro país consiguió que se acordara el mutuo reconocimiento de las decisiones judiciales para una serie de delitos, entre ellos el terrorismo. No se solicitó entonces la inclusión de las figuras de sedición o rebelión porque nadie pensaba que fueran posibles los sucesos de otoño de 2017 de Cataluña en nuestra Europa democrática. “La euroorden no es culpable de nada, es el futuro”.

En 2000 dejaba Bruselas para ser embajador en París. Posteriormente lo fue en Rusia, India, Italia... La obra incluye una sugerente reflexión acerca de Rusia. Elorza llegó a proponer una zona de libre cambio. En 2008 la Comisión aprobaba un mandato para negociar con Moscú un Acuerdo de Asociación. En 2010 se paralizó por falta de flexibilidad de ambas partes. El autor lamenta la oportunidad perdida ya que “atraer a Rusia a Europa quizá hubiera ayudado a evitar conflictos como el de Crimea y el presente de Ucrania”.

Elorza reconoce que, desde hace años, España ha dejado de tener ideas que gratifiquen a los socios europeos. “Hemos dejado de ser protagonistas en el escenario europeo”. Los Gobiernos tanto de González como de Aznar fueron muy activos, tuvieron muchas ideas, lucharon por lo que creían y mejoraron la UE.

Sin España no habría programa Erasmus, ni ciudadanía europea, ni Fondo de Cohesión, ni profundización en la solidaridad, ni políticas no economicistas como educación, cultura, protección de consumidores, salud pública, ni redes transeuropeas, ni Comité de las Regiones ni cooperaciones reforzadas útiles y europeístas. Tampoco se hubieran producido los acuerdos de librecambio con países de áreas geográficas como Latinoamérica (México, Perú, Colombia, Chile) o el Mediterráneo (Egipto y Jordania).

La firmeza de España –pragmática y realista– ha sido crucial a la hora de tomar decisiones en favor de la construcción europea. Nuestro país ha sido un adalid del europeísmo al tiempo que defendía los intereses nacionales. Y necesita seguir siéndolo para que nuestro continente unido pueda enfrentarse a retos globales como el cambio climático, fenómeno migratorio o la revolución digital.

Y una última lección: en Europa la continuidad de acción es básica. El consenso tiene que abarcar los elementos institucionales y estructurales esenciales en la UE. Algo que deberían recordar nuestros actuales líderes.

Ahora que España desempeña su quinta presidencia de la Unión es un excelente momento para la lectura de este libro.

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